Dios sigue llamando
III Domingo del Tiempo Ordinario del Ciclo B
Inmediatamente lo dejaron todo y siguiéndole se marcharon con él. Asi nos dice el evangelio de este domingo -tomado de Marcos y que nos narra la vocación de los apóstoles Pedro, Andrés, Santiago y Juan, los más cercanos a Jesús de entre los Doce, "Venid conmigo y os haré pescadores de hombres"-, asi nos dice que fue la reacción de los primeros apóstoles cuando Jesús los llamó. Inmediatamente lo dejaron todo y siguiéndole se marcharon con él.
La vida dominicana, la vida de la Orden de Predicadores, ha querido ser desde su mismo origen una vida apostólica, una vida que imitase la vida de los apóstoles, en el seguimiento de Jesús y en su misión de predicar el Reino de Dios. Como los mismos apóstoles, la vida de un fraile dominico comienza por su vocación, por la llamada de Dios a seguirle. Una llamada como la de éstos apóstoles.
¿Para qué llama Dios? Pues, a riesgo de ser simplista, yo diría que para aprender a vivir y para ser su testigo ante el mundo. Para conocer cuál es el secreto de la vida, y para transmitirlo a los demás. Para tener la vida de verdad y en abundancia, que trae el seguimiento de Cristo, y para contarlo a los cuatro vientos.
Me impresiona de esta narración de Marcos -y habría que decir que de todo el misterio de la vocación, pues no es en el fondo sino un misterio- dos cosas.
Una la urgencia con la que responden los apóstoles. Y es que el para qué y el por qué de la llamada no esperan. Necesitan su tiempo, es cierto, como todas las cosas importantes de la vida necesitan su propia maduración, el tiempo para que se desarrollen, pero una vez escuchada la llamada ésta no espera. Es imperiosa, urgente, rápida. El tiempo ya ha llegado, es ahora, está cerca el Reino. "Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed en el evangelio". No admite espera porque es demasiado importante lo que hay que hacer. La vida es algo demasiado serio para dejarla correr, hay que agarrarla bien, aprovecharla bien, ponerse a ella cuanto antes. Abordarla con pasión, con energía. Bebérsela a grandes tragos. Disfrutarla y vivirla con intensidad y sin espera porque la misión es demasiado grande y demasiado importante para posponerla, nos jugamos la vida en ello, la propia y la de los demás.
Pero hay una seguna cosa importante. Y es que la respuesta -la llamada-, exige poner en juego todo lo que somos. Lo exige todo de uno. Exige dejar lo conocido, lo que se tenía o se creía tener, los proyectos, los anhelos, los sueños. Exige dejar atrás todo lo que se creía conocer, todo lo que se pensaba saber y tener. Esa misión de ser seguidor, de aprender a ser cristiano y de ser predicador de Jesucristo, lo exige todo de uno. Seguimos al que lo dió todo, al que siendo Dios, se "abajó" hasta hacerse un hombre, y siendo hombre, se entregó hasta dar todo lo que tenía, su propia vida, para que los demás alcanzásemos la vida. Nuestra vida de seguidores no puede ser otra cosa. Lo exige todo de nosotros.
Pero a la vez, y en el mismo misterio, lo hace desde lo que somos y desde lo que tenemos. A aquellos pescadores de peces no los convierte en ganaderos, en cazadores, en taberneros para los hombres... no, les dice que seguirán siendo pescadores, aunque ahora de hombres. Es la imagen de que los elige con todo lo que son, con sus defectos y virtudes, con sus errores y miserias y con sus grandezas y aciertos. Cuando Dios elige, lo hace sabiendo que aquél al que llama ni es perfecto ni nuncá podrá dejar de ser quien es... pero que lo que es, quien es, es todo un misterio que podrá ponerse al servicio de Dios, para aprender a vivir en el seguimiento de Cristo, y para contarle al mundo la buena noticia de Jesucristo.
La llamada a los apóstoles es la misma que ha seguido haciendo Dios a lo largo de la historia para cumplir la misma labor que ellos, seguir a Cristo y predicar su Evangelio. La historia de la Orden de Predicadores es la de 800 años de llamadas y respuestas intentando seguir ese mismo camino de vida que los primeros apóstoles. Dios sigue llamando hoy.