ESPERANDO CON ALEGRÍA - III DOMINGO DE ADVIENTO

Fr. Rodolfo Méndez
Fr. Rodolfo Méndez
Real Convento de Predicadores, Valencia
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La liturgia de este tercer domingo de Adviento está cargada de expresiones predicadas por Sofonías, Isaías y Pablo, que evocan la alegría, el regocijo, el júbilo, etc. Pues en medio de este tiempo de sobriedad, del color morado que refiere a la penitencia, abrimos un paréntesis (Gaudete), precisamente para recordarnos la causa de nuestra preparación, que es la espera del Salvador. No es una espera cualquiera ni una alegría efímera, sino la del cristiano: la alegría que se experimenta desde la esperanza.

A pesar de nuestros momentos de desesperanza y tristeza (o ausentes de alegría), al observar las situaciones difíciles por la que atraviesa nuestra sociedad o por la experiencia que estamos viviendo, tenemos la certeza que el Señor nos acompaña, que viene constantemente a nosotros; la experiencia de encontrarlo y dejarnos encontrar por él. El papa Francisco nos los recordaba al inicio de su pontificado: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús […] con Él siempre nace y renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1).

Para hacer realidad esta consigna, «esperando con alegría», estamos llamados a propiciar cambios que generen mayor acercamiento para encontrarnos con aquel que viene, pues él es la causa de nuestra preparación. Estos cambios nos los recuerda Juan el Bautista ante la pregunta insistente de la gente: «¿Entonces, qué hacemos?» (Jn 3,10). La clave está en el compartir con el que no tiene, en no robar ni practicar acciones injustas, en no aprovecharnos de los demás… y en la actualidad, cada uno, desde la condición en la que vive, puede ir agregando más elementos a la lista, sin olvidar que tener la esperanza de que las cosas cambien requiere también una dosis considerable de compromiso, enfocado a contribuir con la paz que trae consigo la alegría.

He ahí donde toma sentido encender una tercera vela, confeccionar el nacimiento, armar el árbol de navidad, entonar cantos navideños, participar de las posadas, etc. Es decir, solo una vez que tengamos dispuesto nuestro espíritu —un amor desinteresado y generoso con los demás, convencidos del regocijo, júbilo y alegría de la espera, para poder transmitirlo a quienes nos rodean— es cuando podemos manifestarlo con las cosas materiales.

Es justo que estemos «esperando con alegría» cuando el Niño Jesús, que viene humilde entre los humildes, está tan cerca. Pero es necesario que nuestra alegría sea verdadera, profunda y sincera. Hagamos de la alegría, en este momento de la espera, una virtud para esta tercera semana de Adviento, recibiéndola con corazón humilde, abiertos al encuentro con Dios y con los hermanos.