“¿Hay vida después de la muerte?” XXXII domingo del TO (LC 20, 27-38)

Fr. Dailos José Melo González
Fr. Dailos José Melo González
Real Convento de Ntra. Sra. de Candelaria, Tenerife
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En el texto del Evangelio de este domingo, el XXXII del Tiempo Ordinario del ciclo C, que estamos a punto de terminar, Jesús se encuentra en Jerusalén, en sus últimos días de vida terrena. Le falta poco tiempo para ser entregado. En ese contexto, nos dice Lucas que se le acercaron unos saduceos: hombres conocidos por ser muy conservadores, y porque hacían uso de la religión con la intención de abusar del pueblo. No creían en la resurrección, porque hasta tal punto llegaba su carácter conservador, que rechazaban toda evolución que pudiera tener el judaísmo.


La pregunta que le hacen a Jesús se basa en la ley del levirato. Ley que discriminaba a las mujeres porque solo tenía en cuenta a los hombres, asegurando su descendencia, y no tanto proteger a las viudas, como muchos podrían pensar. Bien, pues con dicha pregunta, lo que pretendían era desacreditarlo. Debemos fijarnos, no tanto en la pregunta, sino sobre todo en la respuesta que da Jesús.


Observemos como Jesús, con mucha inteligencia, no entra en el tema legal. No entra mucho a responder a lo que le presentan. Sino que habla de la vida después de la muerte: de la resurrección. Y habla de esto porque le parece mucho más importante que lo que le preguntan los saduceos, y porque sabía perfectamente por dónde iban sus intenciones. En este momento podríamos preguntarnos personalmente: ¿Creo yo que hay vida después de la muerte? ¿Creo en la resurrección? ¿Intento dejar esos pensamientos a un lado, no planteándome el tema en serio, siendo consciente de cómo debería ser mi actitud en esta vida? ¿O soy de los que lo niego como los saduceos?


Jesús nos dice que hay vida después de la muerte, ya que la resurrección no es solo un simple revivir, sino que es un nacer a la vida a la que siempre hemos aspirado y que siempre hemos anhelado. Una vida en la que seremos plenamente felices y libres, que no podemos captar plenamente ahora, pero que sí podemos vislumbrar con la ayuda de la fe y la esperanza.


Como esto es un tema que entra dentro del misterio, que no podemos comprobar desde ahora porque está más allá de nuestra inteligencia, podemos creer en ello o no creer. Es verdad, pero creo que, si nos paramos a pensar un instante, tenemos más motivos para creer en ello que para no creer. Y creo que nos ayuda más, y hasta nos hace más humanos, creer que hay vida después de la muerte, que no creerlo. De esta manera, podemos vivir más intensamente en esta vida, viéndola como preparación de la vida futura que nos espera en el cielo, donde Dios, al que anhelamos con todo nuestro corazón, nos dará la plenitud de vida que aquí no poseemos, y, por tanto, la felicidad verdadera.


Y dando un paso más…, si esto es así, si debemos prepararnos y vivir esta vida como preparación para la vida eterna que nos ha prometido Jesús, ¿por qué no hacerlo entregándose a Él, siguiendo el camino que Nuestro Padre Santo Domingo nos enseñó contemplando, proclamando y haciendo vida en comunidad, la Palabra que nos transmitió Jesús?