¿Quién decís que soy yo? Domingo XII del T.O.

Este domingo, duodécimo del tiempo ordinario, se presenta como un espacio y un momento de especial reflexión. Momento en el que surgen las preguntas fundamentales: ¿Quién soy yo, qué hago aquí? ¿Por qué y para qué existo? ¿Qué sentido tiene mi vida? Estas preguntas y todas las que puedan surgir en este sentido tienen su respuesta en otra pregunta: ¿Quién es Jesús para mí?

Hace más de dos mil años que Jesús formuló esta misma pregunta a los que le acompañaban habitualmente y hoy la dirige a cada uno de nosotros que también le seguimos. Es una cuestión capital, de tal modo, que la recogen los evangelios sinópticos aunque en distintos contextos. En ella se encierra una búsqueda del sentido más profundo de la vida y las razones para llevar adelante el proyecto del Reino de Dios.

La respuesta que da Pedro es clara y directa: “Tú eres el Mesías de Dios”. Es una respuesta desde la fe que relaciona la esperanza del pueblo de Israel, en la llegada de un Mesías salvador; con la experiencia vivida junto a Jesús y el conocimiento de los valores de su predicación. El discípulo ha visto a Jesús como el único capaz de responder a todas las inquietudes humanas, de saciar el hambre y la sed de plenitud que brota del corazón de cada persona. Jesús despierta en Pedro la esperanza de realizar un mundo de justicia y paz que conduzca a la felicidad.

Sin embargo, Jesús añade a la respuesta de Pedro: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Jesús relaciona la confesión, del primero de los apóstoles, con su destino y con la respuesta de Dios a la fidelidad del Hijo. El misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor es la esencia del cumplimiento mesiánico. Decir que Jesús es el Señor es un acto de responsabilidad personal con el ideal evangélico y de perseverancia en el bien.

Cuando comprendemos que es el amor y sólo el amor quien tiene las respuestas a todas las preguntas; nos damos cuenta de que el hombre no triunfa por su fuerza, que no es el éxito mundano ni las gestiones de poder, las que llenan nuestro anhelo de felicidad. Confesar a Jesús como Mesías y salvador no es una fórmula racional sino que es el reconocimiento en su persona, del amor de Dios, que hace nuevas todas las cosas. El amor que motivó y llenó la vida de Jesús no encontró ningún vacío en su corazón, le llenó hasta la plena manifestación.

En la medida que dejemos entrar el amor de Dios en nuestras vidas iremos descubriendo los signos de su presencia en cada acontecimiento, aprenderemos a mirar y leer la realidad del mundo y de nosotros mismos desde otra perspectiva hasta que no quede otra afirmación más auténtica que la de decir: Señor tu eres el amor.

El amor es la verdad que libera, que nos hace salir de nuestros miedos, complejos y dudas para entregarnos tal como somos, en el respeto, el diálogo, la escucha, la solidaridad…. Esto es cargar con nuestra cruz y ponernos en camino con el Señor en quién podemos descansar, conocernos y aceptarnos. Si puedes responder con claridad quien es Jesús para ti es porque has encontrado la forma de saber quién eres tú y qué es lo que orienta tu vida.