Santiago Apóstol: Testigo y Amigo de Jesús

Fr. Vicente Niño Orti
Fr. Vicente Niño Orti
Convento de Santo Tomás de Aquino (El Olivar), Madrid

Ser testigos. Tal es en el fondo el sentido y la misión de todo cristiano, y desde luego de los que se sienten llamados a la Predicación. Ese y no otro es el encargo que Jesús dejó a sus amigos, a los Apóstoles, la misión de ser testigos de su mensaje del Reino de Dios, de justicia y vida y libertad. El Reino del Amor.


El comienzo, la vocación, es siempre un encuentro y una respuesta. Una urgencia casi. Jesús encontró a dos pescadores, Santiago y Juan, repasando las redes con su padre, Zebedeo. Les llamó y, sin hacerles ninguna promesa, siguieron a Jesús. Las vocaciones son un poco así. La respuesta a los sueños, a los anhelos, a los deseos… pero sin muchas garantías. Impulsados en la confianza, en la fe en Alguien. Al final responder a una vocación es la aventura de arriesgarse a que los sueños de uno se cumplan… aunque casi seguro que no como uno mismo espera.


Me parece que algo así les debió pasar a Santiago y Juan. Recorriendo con El los arduos caminos de Galilea y subiendo con El a Jerusalén, buscan sus sueños, sus anhelos, pero su afán de vida, su pasión, su empuje y sus ganas de hacerlo todo y ya -“Hijos del Trueno“ los apodó el propio Jesús…- no se realizará como ellos mismos esperan. En la lógica evangélica quien lo quiera todo, el que quiera ser grande, ha de ser el que se ponga el último.
Escucharon sus palabras y vieron lo que hacía y cómo trataba a la gente. Los dos se convirtieron, con Pedro, en los más cercanos, en los más íntimos, en amigos íntimos… Quizá cuando estaban con El no comprendían bien el significado de lo que estaban viendo y oyendo. Pero aún así seguían. Es cierto que son ellos los que se quedaron dormidos en Getsemaní y los que huyeron en la Pasión… Pero después de la Resurrección y la llegada del Espíritu se les abrieron los ojos para comprender.


En la primera lectura de los Hechos encontramos esa idea clave de “Ser testigos”. Los apóstoles comprendieron desde la experiencia que había supuesto para ellos la amistad con Jesús que no podían callar, que no podían guardarse el tesoro. Ellos sabían de peligros y dificultades, habían visto morir al Maestro, habían visto morir a Juan Bautista, a Esteban, pero la fuerza que les empujaba era más que el miedo. La pasión, el ansia de vida, de responder, de contarle al mundo la Mejor Noticia que puede contarse era mayor a todos los miedos. Y así entendieron que dar testimonio de Jesús era darse como Él, hasta el final. Fueron auténticamente “mártires”, testigos de Cristo. Santiago fue decapitado por orden de Herodes.


En el ser testigos, no importa mucho ocupar los primeros o los últimos puestos en la tarea de la evangelización. Lo que importa es servir a Jesucristo y estar dispuesto a beber el cáliz con El. Estar dispuesto a entregarse como Él. Seguimos a un crucificado, a un despreciado, a un incomprendido. ¿Qué otra cosa puede esperar un discípulo sino el destino de su Maestro? Eso lo entendió Santiago y lo hizo vida. Él cumplió su misión, y nosotros como seguidores del mismo Maestro que Santiago, nos toca hacer lo mismo. Lo que importa de verdad es servir como Jesús, amar como Jesús y entregarnos como El a la misión de transformar este mundo y anunciar su mensaje de Amor.


Ahora como entonces, hay tarea, y la necesidad de la “eficacia” no deja lugar a los intereses particulares, a los primeros puestos, a los lugares de honor. Ser cristiano es mucho más que un título. Venimos a ser y a servir, y somos fuertes porque Él ha puesto su mirada de amor en cada uno de nosotros para que seamos sal de la tierra y luz del mundo. Somos vasijas de barro, pero con un gran regalo, con un gran tesoro en nuestro interior. La vasija puede estropearse, tal vez el calor, y la dificultad hasta la resquebraje, puede que los golpes del camino rompan cualquier esquinilla, pero tenemos que recordar que somos portadores de algo grande, ser testigos, de aquel que ha dado la vida por nosotros.