Si quieres ser perfecto...

Este texto, en la historia de la espiritualidad cristiana, se ha tomado como referido a la vida religiosa. Antiguamente todas las órdenes y congregaciones eran conocidos como “institutos de perfección”, precisamente por este texto: “si quieres ser perfecto...”. Esto, que era válido para antes del Concilio Vaticano II, ya no es así. Actualmente, la vida consagrada se inscribe dentro de otros parámetros evangélicos. Y ¿Por qué? Porque desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días, ha habido una reformulación de la comprensión de la Iglesia y de todos los que en ella estamos. Desde la década de los 60, hemos comenzado a repensar eso que significar ser Iglesia o sentir “cum Eclessia”.

Por todo esto, con este texto podemos hablar también de una reformulación de la moral. La moral, es decir, el obrar cristiano. Porque si creemos que el mensaje de Jesús da sentido a nuestras vida, nuestras vidas, por lo tanto, también deben de manifestar ese sentido; esa transformación de la vida. En ese sentido, la primera lectura (Cf. Sab. 7, 7-11), nos habla de ese deseo de sabiduría, del deseo de la prudencia. Porque el obrar sabiamente, la costumbre prudente, la moral que se funda en lo sapiencial, es el inicio de un modo de obrar diferente. Nos dice el autor del libro de la Sabiduría, que esta sabiduría, es mucho más valiosa que el oro, la belleza, que cualquier bien temporal.

Por lo tanto, después de lo dicho, vamos a la pregunta fundamental: “¿Que haré para heredar la vida eterna?”. En un primer momento, Jesús contesta con los mandamientos. Esto es lo mínimo, o por decirlo con otras palabras, es lo básico para llevar una vida honrada y tranquila. Los mandamientos son un código moral válido para llevar un tipo de vida feliz. Un tipo de vida en el cual, el objetivo sea la felicidad. Y así, Jesús ya nos garantiza la vida eterna. Sin embargo, el joven que pregunta a Jesús quiere saber más. Por lo tanto, estamos pasando a un “plus”, a algo más. Es lo que los teóricos de la ética hablan sobre pasar de una ética de mínimos a una de máximos. La felicidad que habíamos probado con el ideal de la vida feliz, ya no nos basta. ¿Qué hemos de hacer, por tanto, para tener más felicidad, la felicidad plena?

Para Jesús, este “plus” es claro, la felicidad plena, la vida eterna ya en la tierra comienza por dejarlo todo y seguirle a él. Es curioso que la Escritura nos refiera esta expresión: “se le quedó mirando con cariño”. Jesús ve nuestros intentos por llevar una vida según el Evangelio, nuestros esfuerzos por seguirle, y sabemos que lo hace con cariño. La condición es clara, para seguirle, ya sea en la vida consagrada, en el matrimonio, en una vida de compromiso cristiano, no debemos poner nuestras riquezas en cosas materiales. Éste es el salto cuantitativo y cualitativo: poner en Dios toda nuestra riqueza y nuestra esperanza. Esto supone una total reubicación de los valores que, culturalmente, hemos recibido. Poniendo en Dios nuestro tesoro, poniendo nuestra ganancia en Dios, todo se relativiza. Ya pasamos del “yo hago el mundo” a “Dios está en el fondo del mundo”. Y, por lo tanto, debemos trabajar por encontrarlo.

Evidentemente todo esto supone mucho riesgo. El riesgo de perderlo todo por el Reino de Dios. Pero este perder, desde el punto de vista de Dios, no supone perder, sino ganar. Y ganar mucho. Es la suprema ganancia: la vida eterna. Por lo tanto del Evangelio de hoy podemos sacar la siguiente conclusión: la felicidad plena, la eterna felicidad, supone un cambio de actitud, un cambio en nuestras relaciones respecto a la realidad. Un cambio en la manera de relacionarlos con los bienes. No vivo para los bienes, sino que ellos me sirven. No vivo para buscar mi propio bienestar, sino que vivo preocupado por hacer de este mundo, un lugar más justo. El centro de mi vida ha cambiado de los estrechos límites de mi yo, para pasar al amplio panorama de la realidad, al amplio panorama de los demás.