También éste es hijo de Abraham

Fr. Vicente Niño Orti
Fr. Vicente Niño Orti
Convento de Santo Tomás de Aquino (El Olivar), Madrid
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Domingo XXXI T.O. Ciclo C

Zaqueo es un publicano, los corruptos recaudadores de impuestos colaboracionistas con el invasor romano. Tiene una vida muy poco digna. Ante la religión judía de su tiempo –los publicanos eran considerados indignos e impuros-, ante los hombres a los que cada día estafaba y sobre todo ante él mismo en cuanto hombre. Así podemos leer el dato físico de su altura también como un dato moral. Era un hombre bajito como humano, quizás demasiado amante del dinero, poco justo, corrupto... seguramente él mismo se sentiría como indigno, como esclavizado por su propia vida... con poca talla de persona...

Pero aún así había conservado en el fondo de su corazón un sentimiento de lo verdadero y hermoso, de la medida humana de las cosas. Ese sentimiento que está en el corazón de todo ser humano de que la vida está hecha para vivirla en plenitud y que esa plenitud no es precisamente autocomplacerse en todo por encima de los demás... En su corazón estaba el ansia de más, de mucho más, de lo que no se agota, de lo que no pasa, de la vida en plenitud...

Y ahí estaba la fama de Jesús, la de que Él era otra cosa... El deseo y el anhelo que tiene Zaqueo de ver a Jesús es el deseo y el anhelo de que las cosas fueran de otro modo. El Dios de Zaqueo es el que todo ser humano anda buscando, es un Dios completamente diferente al de las imágenes ofrecidas tan a menudo. El Dios de Jesucristo es un Dios de vida, no de condena ni de pecado ni de muerte, no es el Dios de las normas y las prohibiciones, no es el Dios del Infierno, sino el Dios del Paraíso. Es un Dios completamente distinto a lo que se suele entender y desde luego diferente a lo que se suele pensar de Él... es el Dios del deseo de vida y de plenitud, es el Dios de la alegría y la paz y la justicia, el Dios de la compasión y el perdón...

Pero en este apasionado deseo suyo de ver a Cristo cara a cara se encuentra con las dificultades. Una, la ya dicha de su condición de hombre de poca estatura. Por eso tendrá que buscar el medio de atraer la mirada del Señor... pero este medio va a convertirle en objeto de irrisión. Es un hombre pequeño, tendrá que trepar a un árbol. La gente se reirá de él. Ese es la otra gran dificultad, ¿cómo va a cambiar un hombre del que todos piensan que no puede cambiar?

Toda la situación depende de algo que podría haber desalentado a Zaqueo: las risas de la multitud. Los padres de la Iglesia insisten mucho en este hecho, nos dicen que frecuentemente no es el aliciente del mal al que estamos acostumbrados o la oposición que encontramos lo que nos impide comenzar una vida nueva, es el miedo al ridículo. Eso es lo que con tanta frecuencia nos impide seguir a Cristo, el primer paso es el más difícil, ese primer paso que va a convertirnos en el hazmerreír de la gente, que va a provocar la incomprensión. ¿Pero cómo va a hacer eso, éste que todos sabemos como es? Y lo que es más difícil, ¿cómo voy a cambiar, yo que me sé y me siento indigno ante mi mismo? ¿Cómo asumir el ridículo ante mi mismo si las cosas salen mal? ¿Seré capaz de cambiar, no sería más fácil dejar las cosas como están?

Y sin embargo el deseo, el anhelo pesa más. El sueño de que las cosas pueden ser más y mejor es un fuerte aliciente. El deseo de Dios, de Vida, es un deseo fuerte que puede con todo... un deseo que pone el mismo Dios en el corazón del hombre...
Con un acercarse Jesús a él, con un mirarle a los ojos y tratarle más allá de lo que parece, viendo quien realmente es, Jesús logra que Zaqueo de un paso más. Es Jesús el que se acerca a Zaqueo, es siempre Dios el que se acerca a nosotros, el que nos pone en el corazón el deseo de vida y el que nos da la energía para realizarlo. Cambiar es siempre llegar a ser quien es realmente uno, es ser como Dios nos ve y nos conoce, es lograr ser quien Dios nos soñó y nos pensó, es ser quien realmente es uno, es volver a poner las cosas en su sitio, como deberían haber sido desde el principio.

Cuando Cristo entra en casa de Zaqueo, es recibido con alegría. Y esta alegría en presencia de Dios se pone de manifiesto en una verdadera conversión, en un acto de arrepentimiento, de revolución, de volver a ser, de ponerse en pié, de ser quien es uno en verdad, de metanoia, que significa una dirección completamente nueva en la vida. Para el que se ha encontrado con Dios, la vida se le llena de vida y de alegría, porque su alma se ha dilatado hasta el punto de ser verdaderamente humana, con toda la profundidad de un alma humana, capaz de dejar atrás su pasado. Quien persigue la vida, quien busca a Dios está dispuesto a corregir lo torcido, anhela comenzar una vida nueva, libre, sin las ataduras que lo hacían pequeño. Y eso se logra en un acto de confianza en Dios, en un acto de fe. Cambiar para ser quien realmente uno es, quien sólo Dios ha visto desde siempre que es. Todo esto es lo que reconoce Cristo, cuando dice: «También éste es hijo de Abraham»