P. Garrigou-Lagrange, hombre de Dios
El P. Garrigou-Lagrange nace en Auch, un pequeño pueblo al sur de Francia, el 21 de febrero de 1877. Después de estudiar Humanidades, decide cursar Medicina para lo cual se traslada a la ciudad de Burdeos. Será en este lugar, en el año 1897, siendo estudiante de Medicina, donde el Señor y N. P. Sto. Domingo le estaban esperando. En este tiempo, la lectura de San Juan de la Cruz ya comienza a revolver su espíritu ardiente. Para redondear la obra que el Señor estaba haciendo en él, cae en sus manos un libro que es todo un estímulo para realizar la existencia humana a un nivel superior a la mediocridad. La obra en cuestión es L´Homme, de E. Hello, cuya lectura provoca en Garrigou-Lagrange la decisión fundamental de su vida: abrazar el estado religioso.Así, con el espíritu herido ya por la gracia recorrió varios monasterios trapenses soñando soledades y contemplaciones. Poco después abrazaba ya la vida religiosa en la Orden de Sto. Domingo, cuyo hábito vistió durante más de 60 años.
Siendo novicio dominico en Amiens destaca por su piedad y por su dedicación al estudio, pilares ambos de la espiritualidad dominicana. Pronto sus formadores lo orientan al trato familiar y apasionado con sto. Tomás y los grandes Comentaristas. Posteriormente es enviado a La Sorbona para perfeccionar su formación intelectual, pero nuestro autor no encuentra allí -donde reina el modernismo- lo que él estaba buscando. Será en la Universidad de Friburgo donde en 1905 entrará a formar parte del equipo de profesores de Le Saulchoir.
En 1909, al abrirse el Angelicum, Ateneo Pontificio, hoy Universidad de Santo Tomás, comparte con nuestro querido P. Arintero la cátedra de Teología Fundamental, explicando el tratado De revelatione. Pasa más tarde a la cátedra de teología dogmática, da cursos sobre la Metafísica de Aristóteles, y, sobre todo, escribe libros. Su producción literaria y doctrinal es cuantiosa y variada, destacando por su pasión, claridad y solidez. La mayor parte es fruto de la enseñanza académica, reflejando, por tanto, los rasgos típicos de su pedagogía escolar. El éxito de sus obras fue enorme, escritas originalmente en latín y francés y traducidas al alemán, español, inglés, italiano y polaco. Trata en sus escritos fundamentalmente sobre Apologética, Filosofía, Teología dogmática y Espiritualidad.
Pero será en esto último, el ámbito de la espiritualidad, en el que el P. Garrigou-Lagrange más destaque, y por lo que pasó a formar parte ineludible del gran firmamento dominicano. Digamos que Garrigou-Lagrange puso los ojos en la Verdad, en lo que no puede morir. Estamos ante uno de los grandes místicos que dio a la Iglesia la Orden en el siglo pasado. En 1909 leyó La evolución mística de Arintero, obra que ejerce en él un influjo parecido al libro L´Homme, encontrando así el P. Arintero a uno de sus más valiosos discípulos.
La mística del P. Garrigou-Lagrange podríamos definirla como una armonización de la mística carmelitana (S. Juan de la Cruz y Sta. Teresa) con el tomismo, ruta que ya había sido abierta por el P. Arintero. Garrigou-Lagrange luchó por las ideas de unidad de la vida cristiana, por la vocación de todos los cristianos a la perfección, a lo que el Concilio Vaticano II se referirá como llamada universal a la santidad.
P. Garrigou-Lagrange dedicó su vida entera a lo que él llamaba las “tres sabidurías” o ciencias de las cosas por su causa suprema: la Metafísica, la Teología y la Mística. Poco a poco, en escala armónica y ascendente, se va inclinando por la última.
Fue este fraile dominico muy amigo de España. Admiraba en nuestra historia los oros teológicos de Salamanca, pero sobre todo las palideces místicas de Ávila. Las tres edades de la vida interior es el título de su libro más bello y más conocido. En él se deleita describiendo los andares espirituales de nuestro San Juan de la Cruz, y exponiendo, con la claridad propia de un neoescolástico, uno de los mejores tratados de espiritualidad de los últimos tiempos.
Diremos para terminar que posiblemente lo que más sobresalga en el pensamiento de este gran teólogo sea su sentido del misterio. Sobresale en sus obras (son las más representativas De Revelatione, y la ya citada Las tres edades de la vida interior) el pensamiento de cómo la realidad se nos esconde constantemente, y cómo el hombre se mueve en una suerte de claroscuro intelectual. Según este teólogo y místico dominico “el misterio lo invade todo, desde la materia hasta Dios”. Son las palabras de un hombre que pasó toda su vida ejercitando la razón.
La vida de Garrigou-Lagrange aúna la grandeza del teólogo con la humildad propia del mendicante. Muere este gran místico dominico en Roma, en el convento de Sta. Sabina el 15 de febrero de 1964, quedando como uno de los exponentes del pensamiento de la primera mitad del s. XX y, lo que es más importante, engrosando la gloria de la Orden Dominicana.
Laus Deo