Tomás de Aquino, testigo y maestro de la fe

Fr. Martín Gelabert Ballester
Fr. Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer, Valencia


Es deseable que filósofos y teólogos se dejen guiar por la única autoridad de la verdad, escribió Juan Pablo II (Fides et Ratio, 79). Tomás de Aquino, según este Papa, es un modelo para cuantos buscan la verdad (Fides et Ratio, 78). En efecto, la metodología, los principios clarividentes, las actitudes proféticas de Tomás de Aquino son, sin duda, un modelo, un estímulo para todos los que buscan la verdad, no sólo teólogos y filósofos, sino todo ser humano y, muy especialmente, aquellos que se dedican al cultivo de las ciencias, tratando de desentrañar los secretos de la realidad. No es extraño, por tanto, que uno de los muchos calificativos que ha recibido Tomás de Aquino sea el de Doctor Humanitatis, doctor de la humanidad.


Dejo de lado los detalles de su vida, para centrarme en algunos aspectos de su personalidad y de su enseñanza. Lo primero que me parece importante destacar es que Tomás de Aquino es un hombre de fe y que su enseñanza es en gran parte deudora de su experiencia de fe, y casi me atrevo a decir de su experiencia mística. Tomás no es un filósofo, sino un creyente, que vive intensamente su fe. Quiere entender lo que cree y saber por qué lo cree. Aquí empieza su estudio. Estudio y oración van a la par. No se apoya en la filosofía para creer; pero, creyendo, razona y busca. Vive lo que enseña; enseña lo que vive. Verdad y Vida se abrazan. Hay en sus escritos muchos signos inequívocos de sus experiencias místicas. Sin embargo, nunca se refería a ellas, ni las utilizaba como criterio de su enseñanza. Extraordinario en su sencillez, su vida transcurrió con la normalidad de un fraile mendicante.


En la historia de la teología y de la cultura, el nombre de Tomás de Aquino ha sido valorado por la gran aceptación doctrinal de su magisterio, que se escolariza a partir de 1309 y pasa a ser doctrina oficial. Su Suma de Teología estaba colocada, en paralelismo con la Biblia, en la mesa presidencial del Concilio de Trento. Tal prestigio doctrinal ha hecho que la obra haya suplantado al hombre, a la persona inquieta y apasionada que tiene que multiplicarse y servirse de tres o cuatro amanuenses para volcar en unos pergaminos la constante ebullición de su pensamiento. Pero por encima de su saber, de su claridad expositiva y de su capacidad de síntesis, Tomás de Aquino es un gran creyente, un hombre de profunda fe. Si olvidamos esta dimensión no comprenderemos adecuadamente a su persona ni a su obra. Lo que da sentido a la vida de Tomás e impulsa toda su obra es su inmensa pasión por Dios. La pregunta que ya se hacía en Montecasino: ¿quién es Dios?, se convierte en el eje de su itinerario intelectual. Pregunta que le acucia nuevamente cuando a los 15 años estudia en Nápoles y se sorprende al encontrar a unos religiosos nuevos, discípulos del “Doctor de la verdad”, Domingo de Guzmán, que tienen como lema: hablar con Dios o de Dios.


Hablar con Dios supone un contexto de plegaria, de contemplación y de búsqueda de la verdad. Tomás de Aquino lo traducirá lapidariamente por contemplari. Hablar con Dios para poder hablar de Dios. Así Tomás completará su contemplari con aliis tradere contemplata. En Domingo, y en su hijo Tomás, la vida espiritual se convierte en misión, en servicio a los hombres de su tiempo. Esta actitud contemplativa, que es una constante en la vida de Tomás, culmina al final de su vida, cuando en 1273, le explica a Fray Reginaldo que no puede seguir escribiendo. ¿Por qué no puede? “Después de todo lo que Dios se dignó revelarme el día de San Nicolás, me parece paja todo cuanto he escrito en mi vida, y por eso no puedo escribir ya más”. Tomás, un hombre deslumbrado ante el misterio insondable de Dios. ¿El premio? “Está muy bien lo que has escrito de mi”. La respuesta de Tomás: “Señor, no quiero más que a ti solo”.


Hablar con Dios es la dimensión primera y fundamental que hay que destacar en Tomás de Aquino. Pero sin olvidar el hablar de Dios, la dimensión misionera de su vida, dimensión que cobra una urgencia y un talante especial al entrar en abierto contacto con los hombres de su tiempo y las necesidades de la Iglesia. En efecto, Tomás no vive apartado del mundo. Su contemplación y su estudio están llenos de preocupación, de inquietud ante las necesidades del mundo, inquietud que le transmiten sus propios hermanos de hábito que misionan en Túnez, en Tierra Santa, en Grecia o en Armenia, y que están en contacto con nuevos problemas, nuevas ideologías y nuevas aportaciones. La fe de Tomás es reflexiva y abierta al mismo tiempo.


En este contexto hay que situar la importancia que para Tomás de Aquino tiene el estudio de la teología. Por una parte, el estudio nos permite conocer mejor a Dios. Y como el conocimiento engendra amistad, el estudio nos hace amigos de Dios. En este sentido, el estudio de la teología vale por sí mismo. Por otra parte, el estudio tiene una dimensión misionera: ayuda a proclamar la fe cristiana con mayor convicción, con más pureza, con las palabras adecuadas; ayuda a dialogar con el mundo de la cultura, para así orientar a la cultura y a la ciencia en su más auténtica dimensión de verdad; ayuda a barrer los obstáculos que se alzan contra la fe; y finalmente, gracias al estudio podemos iluminar las distintas realidades y problemas humanos con la luz de la fe.