La música del Evangelio
A lo largo de la historia el ser humano ha desarrollado el lenguaje para comunicarse, métodos para su supervivencia en la alimentación, protección, salud, trabajo, etc. Pero no podemos obviar que es un ser altamente creativo y necesita de espacios lúdicos, por lo que ha ido desarrollando desde sonidos con la voz y diversos objetos, melodías, ritmos, hasta llegar a lo que en la actualidad llamamos «música». Si buscamos en un diccionario común, encontraremos que una de las muchas definiciones de la música, es el «arte de combinar los sonidos y silencios en una secuencia temporal atendiendo a las leyes de la armonía, la melodía y el ritmo». Nadie está exento de la música: podemos constatar que cada pueblo y cultura posee en sus raíces canciones, instrumentos musicales y ritmos propios que los hacen únicos respecto al resto del mundo.
Sin embargo, el ser humano también es un ser espiritual, por lo que ha realizado un sinfín de estilos musicales tanto para el culto religioso como para diferentes momentos que ayuden a ese diálogo, meditación o reflexión con Dios. En estas líneas no se pretende estudiar la parte esencial o dictar una regla para clasificar la música en «buena» o «mala», sino aportar una visión general y actual. Como cristianos debemos tener criterios para escuchar música. Tengamos presente que el ser humano es un ser integral, por lo que no podemos hacer una dicotomía y llevarlo a un extremo solo espiritual o solo material, porque terminamos utilizando reglas exageradas para catalogar todo en la vida. Es necesario tener presente que el contenido de la música nos debe motivar a hacer cosas buenas, a ser mejores personas. Para nosotros no tendría sentido escuchar algo que fuera excluyente, incitara a la violencia, denigrara a la persona o, sobre todo, despertara sentimientos tendentes a la autodestrucción.
El cristiano de la actualidad debe ser crítico, saber qué música escucha y por qué la escucha: ser consciente de que existe música positiva, música dedicada al amor, música que puede ayudar a realizar actividades, música de relajación y música que propicie momentos de oración. No me imagino los gimnasios con música clásica de fondo, una fiesta infantil con música de relajación o canto gregoriano en una discoteca. Estos ejemplos pueden parecer absurdos, pero se debe tener presente que la música tiene una intencionalidad: fue creada para diversos ambientes y momentos. Se vive en una sociedad contemporánea donde hay libre expresión y, por tanto, se puede «crear lo que sea», muchas veces incluso sin poderse catalogar como música, ya que no concuerda con los conceptos propios, pero por estar de moda se acepta como tal.
En la conferencia que dio a los miembros de la asociación italiana Gli Alunni del Cielo, el papa Francisco expresó que la música y el canto son herramientas eficaces para la evangelización en el mundo contemporáneo, por lo que son capaces de trasmitir de manera universal la belleza y la fuerza del amor cristiano. Si bien es cierto que la Iglesia posee en su liturgia criterios para el culto, entonces ¿qué criterios debemos utilizar para hacer vida lo que el Papa pide?
Ese el reto de todos los agentes pastorales y del cristiano de hoy: buscar creativamente nuevos métodos de evangelización. Existen artistas que crean música (no solo con sentido religioso) y expresan de manera artística la belleza universal y la fuerza del amor cristiano en palabras distintas, pero que aportan, desde su vivencia, un amor universal. Es un lenguaje que puede ser utilizado en todas las culturas y, por ende, se convierte en un instrumento para dialogar, pero sobre todo para descubrir que en cada ser humano existe la bondad, la necesidad de hablar, de ser escuchado y de compartir su experiencia de vida; vida misma donde Dios se manifiesta de diferentes formas y maneras, expresándose así desde el lenguaje y sonido propios de la música.