¿Por qué consagrarse hoy?
En un mundo como el de hoy, rico en ofertas de todo tipo para encausar la vida y lograr el «éxito», la consagración total al seguimiento de Jesús en pobreza, castidad y obediencia, podría resultar una opción poco apetecible. En primer lugar, por su apariencia de fracaso. Sin embargo, consultando a jóvenes adultos que están considerando esta opción y a otros, que han dado ya el paso, hay elementos sorprendentes que apuntan a que sí: esta es una opción para tener una vida con sentido.
Una joven me decía: «Si bien la vida consagrada tiene sus cruces, también tiene sus luces», al igual que cualquier opción en la vida. Y continuaba argumentando que es la opción con más sentido, porque, en últimas, responde con lo que somos a aquel que nos dio el ser. Responder en el servicio al amor de Dios es la mejor «inversión». «La vocación es un llamado y deseo que Dios pone en nuestro corazón, no es una opción más entre otras». Responder, entonces, es ser simplemente fiel a lo que somos y para lo que hemos sido creados. Así las cosas, ¿por qué no considerarlo?
Otro joven decía que consagrarse era un «acto revolucionario», un ir en contra de las propuestas vacías y engañosas de la sociedad actual, que, aunque algunas sean buenas, legítimas, no resultan ser tan profundas y trascendentales. «Consagrarse es colaborar con los cambios que la sociedad necesita en orden a una sociedad más justa, más humana».
Uno más, ya con algunos años de consagración, decía: «Sí, claro que sí», las renuncias no son tales si en la vida consagrada descubres «una nueva forma de vivir diferente, con un sentido más pleno, por conocer mejor el concepto de familia, de fraternidad; la fe que tú profesas y, sobre todo, conocer mejor la vida de Jesucristo, quien se entregó todo». Vale la pena «porque te haces solidario con esa entrega de Cristo, continúas con su misión».
Si bien la vida consagrada tiene sus cruces, también tiene sus luces.
Finalmente, otro más decía: «Claro que vale la pena, porque esta opción de vida nos garantiza un camino de vida de proceso lento, pero profundo», donde «descubres que el verdadero sentido de la vida, la felicidad, no está en los placeres momentáneos, sino en Dios, porque la felicidad que brinda él no es pasajera ni superficial». El sentido que ofrece el mundo de hoy es un sentido muy superficial, pasajero. No llena, porque se basa mucho en la apariencia, en lo que se ve hacia afuera. No nutre del todo, por que no toca el ser en lo profundo. Por esto es que sí tiene sentido este camino. No quiere decir que otras vocaciones u otras opciones carezcan de sentido profundo. Sino que, si se siente el llamado, ¿por qué asustarse por la aparente «anormalidad» de este estilo de vida?
Indudablemente, considerar la opción por la vida consagrada supone un conocimiento de Dios, y este no solo doctrinal: a fin de cuentas, la fe no es solo doctrina, es vivencia. Por tanto, supone una experiencia de Dios que de alguna manera informe de un llamado. Una vocación es una respuesta a algo, y en este caso a Dios que llama. Supone un conocimiento de ese alguien que te busca y que te encuentra y que pide de ti una entrega como respuesta a ese llamado. Respuestas como estas dan cuenta de que, a pesar de un mundo complejo como el de hoy, con muchas ofertas y posibilidades, Dios sigue llamando, que no es para sorprenderse. Lo llamativo es que, contrario a lo que se podría pensar, sí: hay jóvenes que responden a ese llamado, y con mucha convicción.