PATROCINIO DE LA VIRGEN SOBRE LA ORDEN DE PREDICADORES

Sor Isabel María Gutierrez Reyes
Sor Isabel María Gutierrez Reyes
Monasterio de Santa Catalina de Siena, La Laguna

Desde sus orígenes, la historia de la Orden de Predicadores ha estado asociada al reconocimiento de la figura de María como modelo de vida creyente, protectora e intercesora permanente, según se expresa en los documentos que tratan sobre los orígenes y los primeros tiempos de la comunidad fundada por Santo Domingo de Guzmán.

Tenemos muchos motivos para pensar que la Virgen María es Patrona especial de nuestra Orden, apoyándonos en hechos acaecidos en los primeros tiempos de la Orden. La Virgen dijo: “Esta Orden está bajo mi tutela”. Ella es madre especial de la Orden de predicadores fundada para alabar, bendecir y predicar a su Hijo, y por esto ella la guía, la promueve y la defiende.

“La Iglesia ha invocado a la Virgen María «con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» ya que su función maternal perdura sin cesar en la economía de la gracia y «con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna.» (LG n. 62).

Como afirma el MO fray Humberto de Romans: «La Virgen María fue una gran ayuda para la fundación de la Orden y se espera que la lleve a buen fin» (Opera, Il, 70.71). Por ello la Orden de Predicadores reconoce desde sus inicios la protección de la Virgen y «no duda en confesarla, la experimenta continuamente y la recomienda a todos —frailes, hermanas y laicos— para que apoyados en su protección maternal, se unan con mayor intimidad al Mediador y Salvador.» (LG, n. 62) para llevar a cabo la difícil misión de la salvación de los hombres.

El patrocinio de María en la Orden, se celebró en la liturgia en coincidencia con el aniversario de la bula de fundación el 22 de diciembre de 1216, pero ante la debida preferencia de las ferias de Adviento inmediatas a Navidad, se propone su celebración para el día 8 de mayo.

El 22 de diciembre de 1216, el papa Honorio III, mediante la bula “religiosam Vitam”, confirmó la Orden de Predicadores. Para recordar este hecho se instituyó la fiesta del patrocinio de la Virgen María sobre la Orden, que en todo hace honor a María. Y es que desde el principio tuvo una gran experiencia de protección, y este hecho llena de gozo a los corazones más sencillos que la veneran como patrona celestial y protectora. Santo Domingo contó que el Señor se le apareció en nuestro convento romano de Santa Sabina, y le dijo: “He entregado tu Orden a mi Madre”. Los frailes primitivos, con Domingo a la cabeza, se extasiaban en sus viajes por Europa en la contemplación y en el canto de himnos marianos como la Salve Regina o el Ave Maris Stella, porque caminaban bajo su protección.

La devoción mariana, las narrativas mariológicas y la reflexión teológica sobre la figura de María tienen una historia extensa y antecedentes muy significativos en relación con la fundación de la Orden de Predicadores. Un siglo antes de la fundación, san Bernardo de Claraval (1091-1153), había promovido con especial empeño apostólico a la devoción mariana en Europa. En “la atmósfera espiritual de la cristiandad medieval” y, por supuesto, en tiempos de Santo Domingo de Guzmán y de los comienzos de la Orden, la devoción filial mariana es uno de los componentes sobresalientes de la religiosidad popular que proliferaba en aquel momento.

La experiencia cristiana de Santo Domingo de Guzmán y los orígenes de la Orden de Predicadores están marcados por diversos hechos y narraciones relacionadas con la presencia de la Virgen María en la vida del Fundador y de los primeros frailes, y la especial devoción de éstos hacia Ella, hasta el punto de llegar a expresar ese vínculo en la fórmula de la profesión, prometiendo obediencia a Dios y “a la bienaventurada Virgen María”, como se lee en el libro de las Constituciones de los frailes, donde se afirma que: En nuestra profesión, movidos de piedad filial, prometemos también someternos a la Virgen María, Madre de Dios, como madre benevolentísima de nuestra Orden (LCO, 189, § III)… Yo, fray NN., hago profesión y prometo obediencia a Dios y a la bienaventurada María y al bienaventurado Domingo y a ti, Fray… (LCO, 199,§ I). Lo cual significa entrega al servicio de ella y confianza en su protección maternal.

Santo Domingo cultivó y transmitió un especial afecto y devoción a la Virgen María, el canto de la “Salve” al finalizar el día, cuando se reconoce y confía en una especial protección sobre la comunidad, como “patrona especial” según escribía Fray Humberto de Romans: “Tenemos muchos motivos para pensar que la Virgen María es Patrona especial de nuestra Orden, apoyándonos en hechos ciertos acaecidos en los primeros tiempos. Por cuanto por mí mismo oí y por otras muchas cosas ya escritas en las vidas de los frailes, se ve que ella es madre especial de esta Orden fundada para alabar, bendecir y predicar a su Hijo y por esto ella la guía, la promueve y la defiende”.

En la liturgia de la Orden es tradición la procesión mariana para culminar el rezo de las Completas. Suele representarse la escena en una pintura en la que aparece la Virgen mientras se hace una aspersión de agua bendita a los frailes que cantan la “Salve Regina”. Gerardo de Frachet, uno de los más connotados cronistas de los comienzos de la Orden, que había comenzado su escrito con el tema titulado “Cómo nuestra señora obtuvo de su Hijo la Orden de Predicadores” (De Frachet, 1987), más adelante recoge y desarrolla 22 narraciones sobre “Cómo nuestra Señora ama y protege con singular afecto a la Orden” (De Frachet, 1987). Esta experiencia comunitaria de los comienzos dominicanos dio origen a la fiesta del Patrocinio de la Virgen María sobre la Orden.

La devoción a la Virgen María no ha sido solo una experiencia personal, espontánea y libre de algunos frailes en los orígenes o en algunas épocas y lugares, ni dejada a la subjetividad o inspiración individual. Es también un hecho canónico y legalmente afirmado, recomendado, promovido y cuidado.

Relación sobre santo Domingo dada por la beata Cecilia, virgen:

En cierta ocasión el bienaventurado Domingo se quedó orando en la iglesia hasta la media noche y llegando al dormitorio se puso a orar al ingreso. Cuando estaba así en oración miró hacia el fondo del dormitorio y vio llegar a tres señoras muy hermosas y la que estaba en el centro parecía más venerable y de aspecto aún más hermoso y digno que las otras dos. Una de ellas llevaba un recipiente bellísimo reluciente y la otra llevaba un hisopo y con él la señora rociaba y signaba con la cruz a los frailes. Esta señora dijo el bienaventurado Domingo: «Yo soy la misma a quien invocáis cada día, y cuando decía: Ea, pues, abogada nuestra, me postro ante mi Hijo pidiendo por el mantenimiento de esta Orden».

Después de esto y de dar una vuelta por el dormitorio signando y rociando a cada fraile, desapareció. El bienaventurado Domingo volvió a su oración en el mismo lugar en que antes estaba y entonces fue arrebatado en espíritu ante Dios y vio al Señor y a la bienaventurada Virgen, que estaba sentada a su derecha. Y le parecía al bienaventurado Domingo que nuestra Señora vestía un manto color zafiro.

Cuando Domingo miró entonces a su alrededor, vio en la presencia del Señor a religiosos de todas las órdenes, pero no veía a ninguno de la suya y por ello rompió a llorar con amargura y, quedándose lejos, no se atrevía a ponerse cerca del Señor y de su Madre. Entonces nuestra Señora le hizo señas con la mano para que viniera junto a ella, pero él no se atrevía aún a acercarse hasta cuando el mismo Señor lo llamó. Acercándose el bienaventurado Domingo se postró ante ellos, siempre llorando amargamente. El Señor le dijo que se pusiera en pie y estando ya levantado le preguntó: « ¿Por qué lloras tan amargamente?» Él respondió: «Lloro porque estoy aquí viendo aquí de todas las órdenes, pero no entreveo a nadie de la mía.» El Señor le dijo: «¿Quieres ver a tu Orden?» Y él, tembloroso, respondió: «Sí, Señor» Entonces la bienaventurada Virgen abrió el manto con que se cubría y lo extendió en torno ante el bienaventurado Domingo, al cual le pareció tan grande que le dio la impresión de que podía dar cabida a toda la patria celestial, y bajo el manto vio una muchedumbre de hermanos.

Entonces el bienaventurado Domingo se postró y dio gracias a Dios y a su Madre la bienaventurada María y entonces desapareció la visión. Cuando volvió en sí, al instante se apresuró a tocar la campana para los maitines. Terminado el oficio de maitines convocó a los frailes en el capítulo y les predicó un magnífico y hermosísimo sermón, exhortándolos al amor y reverencia a la bienaventurada Virgen María. Y entre las cosas que les dijo les contó esta visión.

El mismo bienaventurado Domingo refirió esta visión a sor Cecilia y demás monjas de San Sixto, pero contándolo como si le hubiera sucedido a otro, más los frailes que lo acompañaban, y ya lo habían oído, hacían señas a las monjas de que se trataba de él mismo.

Que Nuestra Señora siga bendiciendo y acompañando a su Orden.