Santo Domingo de Guzmán: compasivo y libre

Fr. Jesús Mendoza González
Fr. Jesús Mendoza González
Real Convento de Nuestra Señora de Candelaria, Tenerife

 

SOLEMNIDAD DE NUESTRO PADRE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

Mis hermanos más jóvenes me han pedido la enorme responsabilidad de hablar un poquito sobre nuestro Padre Santo Domingo. Tengo que reconocer que cada vez que me piden que hable o escriba sobre Domingo me estremezco, ya que significa e implica hablar o escribir sobre el por qué decidí ser dominico y sobre algo que es más comprometedor aún: por qué sigo siéndolo.

De Santo Domingo y su carisma me enamoré hace ya bastantes años; me cautivaron muchas cosas como por ejemplo la sencillez de nuestro padre. Santo Domingo rechazó todo sentimiento de superioridad porque sabía que rechazarla significaba estar más cerca de la verdad; estar más cerca de Dios. La alegría de Domingo tampoco me pasó desapercibida. Descubrir esta alegría es percatarse de que en nuestra vida se pueden dar encuentros verdaderamente auténticos, es decir, sin máscaras; encuentros que muestran delicadeza y amabilidad porque es posible desatar nudos haciendo posible una verdadera convivencia. Otro aspecto considerable fue la búsqueda incesante de la verdad que forjó el carácter de Santo Domingo; por eso quiso que en su vida y en la de sus frailes estuviera siempre presente la necesidad de diálogo y comprensión. Santo Domingo nos dejó como herencia el que seamos deseosos de aprender, para que trasmitamos lo aprendido y de esta forma calmar el hambre de justicia que hay en este mundo nuestro tan convulso. Pero yo quisiera destacar una faceta, o mejor dicho, una virtud que poseía Santo Domingo: la compasión. Como dominico creo que no puedo saltarme esta realidad fundamental, con la que me siento cada vez más identificado y la cual hace que me cuestione cada día mi vocación, es decir, mi ser fraile dominico.

Analizando la vida de Santo Domingo entiendo la compasión como sentir con…estremecerme ante… no pasar de largo… que no me sea indiferente… Nuestro padre oteó la realidad que se imponía en su tiempo y vio cómo la gente estaba desatendida y sin rumbo. Ante esta situación decidió entregar y gastar su vida entera para predicar en aquella sociedad dónde estaba la Verdad. Ante este hecho de la vida de Santo Domingo me surge una cuestión: ¿Qué puede significar sufrir con los otros y por los otros? Creo que es evidente que hablo del sufrimiento, del mal en la sociedad, en el mundo; de el por qué la gente no es del todo feliz. Santo Domingo creía, y por eso lo predicaba, que la felicidad está en el Evangelio. Sabía que en el mensaje de Jesús está la felicidad de todo ser humano; de toda la humanidad. Y es que Santo Domingo comprendió que el Evangelio nos dice que para ser felices no hay que evitar la realidad que nos rodea, sino partir de ella; no obviarla, sino hacerla presente.

Santo Domingo entendía la compasión como la respuesta al sufrimiento ajeno, por eso, la compasión tiene que ser nuestra respuesta ante la falta, en el otro, de lo necesario; ya sea material o espiritual. Tiene que ser nuestra respuesta inmediata, movernos inmediatamente y sin pensarlo, reaccionando ante el sufrimiento de quien me necesita. Esto forma parte de lo que significa ser humano; esto es lo que se nos pide en el Evangelio y que nuestro padre Santo Domingo hizo fielmente.

Cuando contemplo y rezo ante una pequeña imagen de Santo Domingo que hay en el oratorio de mi convento, pienso que nuestro padre alguna vez sintió, bien adentro, que se encontraba soportando el peso del mundo, el peso de la humanidad. Que sentía una inquietud sin tregua porque quería abrazar a todo el mundo, salvarlo... y en ese momento de oración me pregunto: “Jesús ¿Has sentido alguna vez, que ser persona es abrazar compasivamente, maternalmente, al otro que me descoloca y me altera, como lo hizo tu padre Domingo?”.

Es cierto que la compasión no resuelve el problema de esta sociedad en que vivimos llena de tantos sinsentidos; pero sí creo que desde la compasión se afronta e incluso se lucha contra dicho problema con una actitud muy concreta: la del amor. Por tanto, seremos felices de verdad y será la hora de la felicidad para quienes, a través del mundo actual, creyentes o no, han elegido desde el fondo de su libertad el camino de la compasión y lo siguen día a día, de manera discreta, secreta, real, con hechos, como lo hizo Santo Domingo de Guzmán.