

Un religioso es ante todo una persona enamorada de Dios y un hombre de oración: esta es la columna vertebral de su existencia y la razón de ser de su vocación.
Este domingo Jesús quiere recordarnos en el evangelio que debemos orar siempre sin desanimarnos. ¿Cómo Dios, que es nuestro creador, que es un padre compasivo, que nos ha dado la vida, no va a escucharnos y atender nuestras súplicas?
La vida de los grandes santos de nuestra Iglesia y nuestra orden son modelo y estímulo para nuestra vocación, formación y servicio. Pero aún lo son más la de aquellos frailes cercanos, a los que conocimos de primera mano. La de fray José Fernández González del
La fe sobrenatural nos fue regalada desde el principio, y comienza a manifestarse en nosotros de una forma natural, semejante a una semilla, que va creciendo, evolucionando, madurando
La celebración de hoy nos invita a meditar los favores que uno puede alcanzar, por medio de la contemplación de los misterios de Cristo, logrando así innumerables gracias según los méritos de la encarnación, pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios.
Jesús nos propone a los siervos inútiles como modelo. Aquellos que actúan desinteresadamente. Porque consideran correcto aquello que hacen. Han integrado en su corazón los mandatos del Señor.
Es siempre vital para el religioso tener en cuenta de dónde ha venido y adónde quiere llegar, cuál es su meta. Sin olvidar que, por analogía, esta carrera se parece más a un maratón que a una carrera de cien metros.
Nos sentimos llamados a vivir una vida más entregada, de intimidad, con devoción a aquello que creemos que es la plenitud de nuestra vida y que nos da ánimos y esperanzas de seguir imprimiendo sentido a nuestras existencias, ayudando otras personas para que re
la Orden es un lugar donde se puede esperar y crecer en libertad; con indecisión y con errores, pero seguros de la misericordia de Dios y la de los hermanos.
Todos estamos llamados a dejarnos habitar por el Espíritu de Dios, y dejar que su acción amorosa y misericordiosa nos lleve a tener una relación tan intensa e íntima que nos permita estar unidos siempre a él y a los hermanos: esa es la santidad.