12º Estación: Jesús muere en la cruz.

Estudiantado del Vicariato Pedro de Córdoba
Estudiantado del Vicariato Pedro de Córdoba
Convento de Santo Domingo - República Dominicana
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12ª Estación del Via Crucis, Jesús muere en la cruz..

¿Qué significa la muerte de Jesús?
Varias veces anunció que iba a padecer y a morir. Esperó con ansias la Última Cena para dejar el memorial de su muerte redentora y compartir por última vez con sus amigos. ¿No estaba anunciada ya su muerte cada curación en sábado, al despertar el recelo y la animadversión de los que preferían mantener su estatus en lugar de vivir la misericordia? ¿No gustó desde el inicio de su predicación el peligro mortal que significaba traer un mensaje de salvación nuevo y verdadero, como el día del discurso en la sinagoga de Nazaret? ¿No marcó el sello de su sentencia de muerte, aquel día en el Templo, cuando su celo apostólico le hizo conmocionar los cimientos de la práctica religiosa de su pueblo? Así, su muerte fue llegando poco a poco, hasta que se hizo patente en la cruz, en los clavos y en la lanza.
¿Sabiendo que se encaminaba hacia ella, podría intuir que algo de redención tendría, es decir, que su muerte era ofrenda por muchos? ¿O era movido por el gran amor hacia su Padre y hacia cada uno de los que Él le había entregado? Por inercia de la tradición cristiana, la primera opción salta con espontaneidad al pensamiento, pero ¿qué en realidad es primero, el amor o la ofrenda? Ciertamente que el amor. La ofrenda es consecuencia del primero.
Por tanto, el amor fue más fuerte que salvaguardar la vida y prefirió morir; prefirió la entrega total, incluso ante la posibilidad del no-ser. El amor fue el principio, el fundamento y la razón de la muerte de Jesús. Le llevó a trascender los límites de la carne y de la incertidumbre, con superlativa fuerza de eternidad.
¿Y es que es posible renunciar al amor cuando se vive dentro, cuando es la única razón de vivir? ¿Vale algo la vida cuando el amor sabe eclipsarla? El dolor de las afrentas, de los golpes, de los clavos y sobre todo del abandono de sus discípulos, aun cuestionando las razones del amor, no pudo con su fuerza.
– ¿Por qué no te bajas de la cruz? Le gritaba el centurión. Quien no recibió más respuesta que seguir viendo un cuerpo abatido, destrozado y sangrante.
– ¿Por qué no se baja de la cruz? Sería la pregunta que siguió retumbando en el interior de aquel soldado…
Cuando el amor es verdadero no conoce final, no sabe de límites ni de obstáculos. Sólo sabe amar y darse por entero a la persona amada. El mismo impulso que le llevó hasta pender clavado a un madero, muerte reservada para los peores criminales y signo de afrenta máxima para un judío al mostrar su desnudez, permanecía latente en su interior hasta cuando el herido corazón no pudo soportar más. Así quedó el cuerpo yerto, colgado en la cruz. Fruto de la tensión de las heridas y la tensión de amor.


Ciertamente su muerte fue y sigue siendo ofrenda, realizada una vez y para siempre, para la salvación de toda la humanidad. Mas fue una ofrenda de amor, de quien recibió su fuerza redentora y salvadora. ¿Cuál es el sentido de la redención pues, no es la reconciliación con Dios su finalidad? ¿Y la salvación, no significa la comunión con Dios que avanza hacia la plenitud en la vida divina por toda la eternidad? Pues ni la reconciliación ni la salvación tienen sentido sin el amor. De la misma manera que la muerte de Jesús realizada como ofrenda. El amor es el origen de todo y también su término.
Sin embargo, la fuerza intrínseca del amor ya implica la muerte. No únicamente hacia la ofrenda total, como su fin último, sino que él mismo se ejercita en la muerte. A cada paso el amor hace morir a muchas cosas, a las superfluas, a las contrarias, a las que enajenan a la persona amada y a las que impiden su expresión de cercanía y donación. Su movimiento interno empuja a dejarlo todo por el amado; a morir a todo, pero sin sensación de dolor. Todo lo contrario, la muerte que produce el amor es puro placer para la persona que ama. Muere a todo aquello que no le permite ser, darse ni recibirse.
Jesús muere como ofrenda amorosa de su ser. Ofrenda en totalidad, ofrenda de vida y de amor, empero implica la muerte. No es que se busque el no-ser, sino que su fuerza hace que la persona se olvide de sí para dar vida a quien se ama.
– “Todo está consumado”, decía Jesús en sus últimos momentos en la cruz. Consumado el amor hasta dar la vida en su totalidad; consumada la ofrenda, hasta la última gota de sangre y hasta la última gota de agua.
¿Pero qué papel juega el amado, el Padre amado que recibía esta ofrenda de amor consumada hasta su totalidad? Y es que el amor es de dos. Dos personas que se vinculan entre sí por medio del sentimiento más noble y más poderoso. Jesús expresó su último discurso (logos) de amor al morir en la cruz. El Padre recibe su ofrenda y le corresponde con el anhelo de todo amante: que la persona amada viva y viva para siempre. El Padre le responde con la resurrección, con la vida eterna dentro de la comunión divina.
Este gran amor nos ha dado la vida, nos ha lavado de lo que impide vivir su plenitud y nos invita a su vivencia plena. El amor se expresa en la vida, aunque conlleve la muerte. Él siempre busca la vida, mas siempre para y con el amado. Ésta es la vida que Dios nos regala y que dentro de su Iglesia se encamina hacia su plenitud. Invitados a la vida estamos, como don generoso de Dios, pero una vida de abundancia fruto de la plenitud del amor.
Que en este final de la Cuaresma podamos vislumbrar este gran amor de Dios para con nosotros y que podamos celebrar agradecidos y esperanzados el misterio por el cual hemos sido reconciliados y salvados. Y al mismo tiempo vivamos la gracia de este amor y muramos a todo aquello que nos impide recibir y vivir la donación vivificante de Dios en Jesucristo, por la gracia de su Espíritu.