Familia de Nazaret y nuestra vida dominicana

Fr. Jesús María Gallego Díez
Fr. Jesús María Gallego Díez
Convento Virgen de Atocha, Madrid
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En este tiempo de Navidad estamos acostumbrados a ver imágenes más o menos artísticas de la Sagrada familia, desde los humildes nacimientos hasta las obras maestras de nuestros mejores pintores del Siglo de Oro. En toda esta iconografía aparecen las tres figuras de esta familia singular, en su misma expresión nos traen un mensaje dirigido a los hombres y mujeres de todos los tiempos que se detienen en su caminar para contemplarlas.


La primera figura es Jesús, ocupa un lugar central, está en una actitud de aproximación a los que le contemplan, como si quisiera esbozar una bendición o decirnos algo. Después, como figura relevante María. Es la Virgen de Nazaret que nos invita a meditar y a profundizar en el Misterio que ella contempla. En un tercer plano José, el hombre bueno, justo, elegido por Dios para construir la familia que albergara a su Hijo. Viendo estas tres figuras todos los cristianos podemos encontrar el camino, no tenemos otro, para alimentar nuestra fe y, para vivir respondiendo a la invitación universal de la buena noticia evangélica, que se concreta en el Seguimiento de Cristo.


Jesús, viene del Espíritu Santo. Es la Palabra que acampa entre nosotros, así nos lo muestra el evangelio de Juan, pero también es tenido por hijo de José, (las cosas podían haber sido de otro modo). En esta familia singular, necesaria para los planes de Dios, maduró Jesús como hombre, aprendió a ser persona. Podemos decir que José y María, sus padres, fueron sus modelos de humanización, no se limitaron a trasmitirle lo que hoy llamaríamos “patrones de conducta”, le trasmitieron su propia vida, su forma de ser y le afirmaron en la misión recibida, que era también la de María y José, con momentos de alegría y sufrimiento en su cumplimiento.


Progresivamente, el Niño crecía en sabiduría y gracia ante Dios y los hombres, ( Lc. 2, 50). Jesús, trabajando como artesano, relacionándose con sus paisanos, estudiando la Escritura, leyendo los profetas sobre todo, se preparó para su corta vida pública en la que realizó la misión para la que había sido enviado. Fueron 30 años largos de vida escondida, pero no inútiles.


Crecía el Niño, pero también María y José crecían en la fe. No fueron unas figuras pasivas, meditaban y guardaban su experiencia como padres de un hijo que les sorprendía en su crecimiento, respetaban su libertad. Por eso María y José son un ejemplo no solo para los padres sino para todos los creyentes, porque nos enseñan a entender progresivamente los Planes de Dios. Ellos tenían una fe que estaba en camino, que iba madurando a través de la oración y la meditación de la Escritura. No entendieron de golpe las cosas que después se iban sucediendo, pero se comprometieron con la misión asumida. Sencillamente se fiaban de Dios y se apoyaban en Él ante las dudas y temores que también surgían. Es así la dinámica de la fe.


Quiero terminar viendo un paralelismo entre Familia de Nazaret y nuestra vida dominicana. Santo Domingo entendió la Comunidad como una familia de hombres o mujeres que buscan y trabajan por llevar a cabo una Misión: La predicación del mensaje evangélico. Por un lado atentos a los problemas y retos de la sociedad que les toca vivir, pero siempre desde la experiencia de la comunión fraterna, la oración y la búsqueda de la verdad en el estudio. Es la dimensión contemplativa de nuestra vocación para poder ofrecer a los demás la Palabra de Dios hecha carne.