Cómo la selva me abrió los ojos

 

–Pues mira, el viaje a la selva del verano fue muy bien. Por cierto, el padre Ignacio tiene una radio en la Misión, pero está un poco desatendida, no hay nadie que se encargue.
–Ejem... yo soy periodista...
– Pues ahora que lo dices, creo que te pegaría.

Cuántas veces habré recordado esta conversación últimamente. Fue hace casi tres años en un cafetín de Tetuán mientras saboreábamos el delicioso té moruno. La historia es que yo trabajaba en un periódico en Ceuta y los tres elementos que me visitaron el puente de Santo Tomás habían sido catequistas conmigo.

Cinco meses y medio después de esta conversación cogía por primera vez en mi vida un vuelo intercontinental para encargarme de esa radio en medio de la selva amazónica. Había dejado mi trabajo en un periódico para encargarme de una radio. Nunca antes había trabajado en una radio, pero me sentía perfectamente capaz.

Perú y su selva fue mi primer contacto con los dominicos. No es que me cayera del caballo de repente, había estudiado en un colegio de claretianos y tanto nos hablaban de las misiones que siempre había querido ser misionero. Era excitante sentirme periodista y misionero, las dos vocaciones de las que estaba seguro.


U
n año y un mes después de llegar a Perú, le dije al padre Ignacio que quería hablar con él.

– Quiero que me ayudes con una cosa.
– ¿Qué?
– Quiero ser dominico.
– Bueno bueno, piénsatelo, vete leyendo este libro, y luego si sigues convencio me dices.

Me dio aquel libro sin salir de su asombro, porque sus últimas noticias era que yo había tenido mis aventuras con una hermosa mujer. Yo lo tenía clarísimo y no necesitaba leerme 'Os llamo amigos' de Thimothy Radcliffe para convencerme o desconvencerme. ¿Qué había pasado en todo ese tiempo? Muy sencillo. He mencionado que siempre quise ser misionero. Pensaba en ello como un laico, como un 'profesional' de las misiones y quería ayudar todo lo que pudiera. De verdad que ayudé todo lo que pude, y la radio empezó a ir mejor. Talleres de formación de comunicadores, espacios informativos, espacios musicales, espacios deportivos, hasta retransmisiones en directo valiéndonos del móvil y dejándonos la mitad del presupesto de todo un mes en la llamada telefónica.

Pero todo eso no era suficiente. Una ayuda es algo circunstancial, y sentía que traicionaba a un montón de gente que podía necesitarme si me limitaba a eso. Sentí que la mies es mucha y los obreros son pocos, sentí que la Misión era el único verdadero soporte de esperanza en aquel lugar olvidado para todos excepto cuando se trataba de esquilmar sus recursos. Y sólo había un método para responder a todo aquello.


Fue difícil decírselo a aquella chica que he mencionado antes, fue difícil decírselo al padre Ignacio, pero lo más difícil fue aceptar todas las consecuencias. Tenía que interrumpir mi aventura en las misiones durante unos años para poder retomarla como sentía que es necesario.


No es que estudiando Filosofía y Teología me vayan a enseñar cómo cultivar frejoles o arreglar las cañerías, pero voy a tener unos cuantos años para conocer mejor a los dominicos y sobre todo para bucear en ese misterio del amor, la esperanza y la vida, que ardo por compartir.