II Domingo de Pascua

Fr. Jesús Molongua Bayi
Fr. Jesús Molongua Bayi
Malabo, Guinea Ecuatorial

II Domingo de Pascua

Sed creyentes. Este es el mensaje que nos propone este domingo llamado solemnemente Domingo de la Divina Misericordia. Pues es bueno dar gracias al Señor porque es eterna su misericordia. Hace unas semanas atrás, y con sumo asombro, el papa Francisco repetía rotundamente, como es lógico, que Dios no se cansa de perdonar. Este perdón está íntimamente ligado a la misericordia Dios.
La primera lectura presenta cómo era la primera comunidad cristiana; y en ella la presencia vivificadora e inspiradora del Espíritu Santo. La resurrección es vivida como experiencia de comunión y de vida fraterna entre estos primeros seguidores de Jesús. Y se expresa en la oración común y en el compartir. Pues la fe en Jesús resucitado rompe todas las barreras del egocentrismo y las diferentes formas humanas y sociales de esclavitud transformándolas en vidas generosas y misericordiosas para con todas las personas. Esa transformación es el fruto de la alegría que brota de la experiencia de la resurrección.
En la segunda lectura Cristo se presenta como el Viviente, el que vive, el que da y crea vida donde todo parece estar demorado. Y este mensaje es el que hay que llevar a las siete comunidades de Asia, nos dice autor del Apocalipsis; es decir, a todas las iglesias del mundo, a toda humanidad. Por eso el miedo ya no tiene lugar entre los creyentes en Jesús, sepultado y resucitado; Jesús es el primero y el último, él es el que vive; el viviente. Porque estaba muerto, y ahora vive por lo siglos de los siglos, eternamente. Posee la llave de la Muerte y del Infierno, nuestros peores enemigos. Es esa nueva vida en Cristo Jesús la que nos hace ser partícipes de su vida inmortal, de su vida eterna. Es una nueva vida de esperanza y esperanzada. Ya que la fe en Jesucristo nos hace renacer a una vida nueva, a la misma vida Dios.


El evangelio habla de aparición de Cristo ocho días después de la pascua. La comunidad de los primeros cristianos vivía en un clima de opresión, de miedo, de oscuridad. Por eso Jesús se presenta ante ellos con el saludo de la paz: paz a vosotros, les dices. Este saludo va cargado de un significado profundo: igual que el miedo se asocia a la incredulidad, la paz se vincula a la fe. Ahora bien, en Jesús, la paz es fruto de la unión de los discípulos con el Resucitado; él es quien rompe el miedo que los arropaba. El Resucitado les hace pasar definitivamente de las tinieblas a la luz. Pues ahora los discípulos no sólo reciben la paz de Cristo, sino también la misión de perdonar los pecados; ofreciéndoles también su Espíritu para su efectividad: es el poder de actualizar su sacrificio y su misión salvífica entre los hombres y mujeres de todos los tiempos. Ésta es misión de todos los cristianos; quienes deben reconciliar deben mostrar el mismo amor de Jesús con que está siendo amada la humanidad y al mismo de tiempo, reconciliar a todos para crear un mundo más humano y fraterno. Afortunadamente, el mundo ha luchado por reconocer los derechos de las personas, pero por desgracia aún no ha luchado para que todos los hombres seamos hermanos y hermanas.
La figura de Tomás representa a todos los que no creen sin haber visto. Tomás es el prototipo de todo no creyente; pero también él es quien pone como condición para creer en el Resucitado que éste se identifique claramente con Jesús crucificado. Tomás no duda del testimonio de los otros, sino quiere corroborar que aquel que dicen haber vistos los demás discípulos es verdaderamente el Maestro clavado en la cruz. Por esa razón pide tocarle las llagas de sus manos y de su costado. Es como si fuese una catequesis. Para llegar al Resucitado habría que verificarlo. Pues hoy pueden aparecer muchos que se dicen ser el Resucitado, los salvadores del mundo o el mesías. Tomás nos alerta con su principio de verificación creyente. Pero, hay una paradoja; la resurrección no es objeto de verificación empírica, ya que el sepulcro vacío no justifica la resurrección, sino la proclama. Puesto podemos ser nosotros mismos unos sepulcros vacíos, donde no habita Dios. La resurrección hay que verificarla en las Escrituras, en la experiencia comunitaria y en la vida fraterna. Por eso, hemos de ser creyentes para hacer la experiencia del Cristo Resucitado.