Preparad el camino al Señor

Fr. Vicente Niño Orti
Fr. Vicente Niño Orti
Convento de Santo Tomás de Aquino (El Olivar), Madrid
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Segundo Domingo de Adviento

El Adviento que estamos celebrando nos habla de la llegada de Dios que celebraremos, pero no como un recordatorio de algo que sucedió hace casi dos mil años, como quien recuerda una fecha histórica y celebra un cumpleaños. Hay mucho más porque, aunque es algo que sucedió en un tiempo concreto de la historia, es a la par algo que sucede siempre en nuestra historia. El Adviento nos está hablando de nosotros aquí y ahora, de cómo acogemos en nuestra vida al Dios que llega. De nuestra propia vocación.

Isaías es la voz de la esperanza. La voz de los sueños que se harán realidad, la voz que nos habla de un mundo nuevo que llegará, un mundo regido por Dios. Nos habla del destino último de la humanidad, del Paraíso, de la Gloria de Dios. Nos habla pues de la venida de Dios en el sentido de la última venida de Jesucristo que proclamamos en el Credo. Y no como el lúgubre juicio de castigo y pecado. La última venida de Jesucristo que pedimos cuando decimos Maranathá, cuando decimos Ven Señor no Tardes, es la definitiva venida del amor, de la esperanza, de la alegría, de la paz, del tiempo último de una tierra nueva y un cielo nuevo, del Reino que no tendrá fin… y esto es parte de nuestra Fe.

Y con mucho sentido porque el trabajador por el Reino ha de ser consciente de las limitaciones de este mundo. A diario podemos ver dolor, sufrimiento, injusticia. Puede adueñarse de nosotros un cierto grado de frustración. No llegamos a todo. Por más que quisiéramos no podríamos acabar con todo el dolor, la injusticia, el sufrimiento del mundo. Siempre hay algo que arreglar... y por ello mismo siempre hay víctimas que no alcanzan justicia. Es una cuestión de amor y de exigencia de ese amor. El amor exige eternidad. Y no simplemente como la canalización de un deseo frustrado. La esperanza, la fe en que es así, es fruto de una experiencia, es el fruto que en nosotros produce el amor. “No esperamos porque aquí no hayamos conseguido lo que buscábamos, -decía un hermano nuestro hablando de la resurrección- esperamos porque hemos sido amados y porque hemos amado”. Nuestra fé, nuestra experiencia del amor, nos habla de Dios, de eternidad y de justicia en amor...Y eso está también en el Adviento, pues aunque el Reino predicado por Jesús de Nazaret es un Reino para el aquí, de justicia y amor, no es sólo eso… nuestra Fe reclama un mundo más allá del mundo.

Por eso la llegada definitiva no se puede separar de lo que representa Juan el Bautista, el precursor, el que anuncia al Mesías. Para el Bautista, la espera del Mesías, y con él la llegada del Reino de Dios, pasa por la clave de la conversión, por el preparar los caminos para que llegue el salvador, allanar los senderos para la llegada del Rey. El Bautista nos trae la idea del compromiso con el Reino como una clave de conversión constante y permanente.

Desde la perspectiva del Bautista, podríamos decir que el Adviento es el nacimiento de Dios en el corazón de cada uno. Es la otra dimensión del Reino, es su llegada a nuestra vida y a nuestro mundo, es asumir sus compromisos y sus implicaciones concretas, es rehacer la propia vida, trabajar, tomar conciencia de todo lo que impide que Dios se haga un hueco en nuestro mundo y en nosotros mismos, para allanarlo, rebajarlo, rehacerlo. Es seguir nuestra auténtica vocación. Reconstruir, rehacer, desmochar y volver a plantar lo necesario para que nazca Dios en nuestra vida.

Esta conversión, este preparar los caminos es trabajar para que el Reino llegue. Es el compromiso con la paz, con la justicia, con el dolor, con la enfermedad para tratar de atajarlo y de terminar con él. Un compromiso concreto con la predicación del Reino, con los que sufren, los marginados, las prostitutas, los inmigrantes, los enfermos, los apartados, los que nadie quiere... Nos habla la figura de Juan de conversión. De un adviento permanente.

Un Adviento que va más allá de este tiempo. Siempre hay que andar allanando los senderos de nuestro corazón para seguir a Jesucristo en el servicio con mayor radicalidad, responsabilidad y cercanía, con mayor entereza. Siempre hay que estar reconstruyéndonos por dentro para hacerle hueco a Dios en nosotros. Siempre hemos de andar cuestionando nuestro compromiso con el Reino, porque sólo esa clave es la que nos puede dar el estado de salud de nuestra Fe.

Un adviento permanente porque siempre, hasta que el tiempo futuro llegue, hay que ir reconstruyendo este mundo para que no domine la injusticia ni el dolor, para frenar todo lo que no deja a Dios nacer en la vida de tantos seres humanos: miseria, hambre, violencia, marginación… pelear porque no tenga la última palabra el dolor en el mundo es adviento.