EL P. Marie-Joseph Lagrange O.P.

Creyente y Exegeta audaz


Alberto Lagrange (7-3-1855), nacía un día de Santo Tomás de Aquino (entonces el 7 de marzo) y sería dominico (en la Orden recibió el nombre Marie-Joseph), después de haber estudiado Derecho, en la Provincia francesa de Toulouse. Fue ordenado sacerdote en Zamora, el día 22 de Diciembre de 1883, porque los dominicos franceses habían sido expulsados de Francia y habían sido acogidos en el Convento de San Esteban de Salamanca. Desde Viena, después, donde estudiaba las lenguas orientales, fue enviado a Jerusalén, a “su casa”, a San Esteban de Jerusalén, para empezar una obra ardiente, como lo es la Biblia y su interpretación. Decía que la Biblia no se podía entender bien si no es en su misma tierra.


Era un hombre de profundas convicciones metodológicas, pero a la vez, sensible, piadoso y, como buen hijo de Santo Domingo, amante de la “comunión” en la Iglesia, por lo cual estuvo a punto de abandonar su estudios, su especialidad... si así se lo hubiera pedido el Maestro Cormier por exigencia de Pío X (en sus “Souvenirs personnels”, su Diario íntimo, nos abre su alma en todos los sentidos). Su itinerario es como la vida de un titán en una situación difícil para la Iglesia. Su amor a la Biblia hizo de él el exegeta con alma, con verdadero espíritu crítico en las cuestiones que debía confrontar la tradición católica con la protestante y con la visión racionalista del momento (como es el caso de Renan y Loisy). El impulso que ofreció a la Iglesia el P. Lagrange, con muchas incomprensiones y sufrimientos, lo hacen más grande en su obra: la fundación de L´Ecole Biblique (1890), de la Revue Biblique (1892), de la famosa colección exegética Études Bibliques (1903) lo ponen de manifiesto.


Como un San Jerónimo auténtico -algunos le han comparado con él-, el P. Lagrange se comportó como un héroe al servicio de una Iglesia que amaba con toda su alma; ni el racionalismo modernista, ni el oscurantismo de las doctrinas bíblicas de algunos círculos eclesiales pudieron doblegarle. Obediente y audaz a la vez, abrió una puerta que estaba cerrada para muchos teólogos y amantes de la Biblia, porque como buen hermano de Tomás de Aquino (así lo plasmó en sus tesis sobre la Inspiración) entendía que la fe no tiene que renunciar a la racionalidad hermenéutica. Su obra sobre La Méthode historique (1903), -resultado de unas conferencias en Toulouse-, marcó un hito, sin duda, en aquellos momentos, pero le supuso una persecución inaudita desde distintos frentes eclesiásticos. No obstante, en esta lucha apasionante recuperó casi un siglo de atraso en esta tarea de interpretación y exégesis de los textos bíblicos en el ámbito de los estudios de la teología católica; así lo han reconocido muchos especialistas de confesiones evangélicas o protestantes.


Es curioso, y no deja de ser extraño, que se viera obligado a abandonar la exégesis del Antiguo Testamento por sus tesis sobre el Génesis, cuando defendía en aquellos momentos que Moisés no podía haber escrito el Pentateuco tal como lo tenemos. Y ello le llevó a sus comentarios extraordinarios al Nuevo Testamento. Los cuatro evangelios y las cartas a los Gálatas y los Romanos, siguen siendo verdaderamente interesantes y curiosos a veces. El análisis, el método, la cultura que trasmite… todo ello era nuevo, muy nuevo en el campo católico y así preparó el camino a tantos y tantos especialistas que llegarían a marcar las pautas más valiosas de muchos documentos del Vaticano II.


Murió lejos de Jerusalén, de su convento de San Esteban, de su obra maravillosa como es L´Ecole Biblique. Su vida había sido una lucha por la “libertad” en la exégesis y la teología. En sus últimos días preparaba todavía, después de lo que había llovido, sus tesis sobre la autoría del Pentateuco y las discutidas fuentes. Pero no pudo terminar… era su destino.., moría el día 10 de marzo de 1938 en el convento de Saint-Maximin en Francia, donde había hecho su noviciado como dominico. Sus restos fueron trasladados a Jerusalén, a la Basílica de su convento de San Esteban en noviembre de 1967. Así se cumplía su deseo, ya que algunos de los que le acompañaban en los últimos momentos le oyeron exclamar en su agonía: “¡Jerusalén… Jerusalén!”: fueron sus últimas palabras.