Santo Tomás de Aquino

Fray Sixto José Castro Rodríguez
Fray Sixto José Castro Rodríguez
Convento de San Pablo y San Gregorio, Valladolid

 

Que Tomás de Aquino se hiciese dominico debió de ser un shock tan impactante para su familia como si un obispo actual se uniese a una tribu urbana, o como si el hijo de una aristócrata se marchase a trabajar a Calcuta. Había muchas cosas que se oponían al ingreso de Tomás en los dominicos. Cuando era pequeño, sus padres le llevaron a Montecasino, para que empezase allá una carrera eclesiástica. Su destino “natural” era ser abad. Pero no siguió ese camino. Siendo estudiante en Nápoles conoció a los dominicos, recién fundados y que no ofrecían demasiadas expectativas de éxito social, pero había algo en ellos que encajaba bien con la personalidad de Tomás: la insistencia de los dominicos en el estudio.

Ya Santo Domingo, en sus tratos con los albigenses, se dio cuenta de lo importante que era estar bien preparado para poder disputar, de modo que envió a los frailes, antes de nada, a estudiar a las principales universidades, algo que era totalmente ajeno a los monjes y al clero de la época. Fue la respuesta de Domingo a la nueva época, y ahí encajó Tomás de Aquino: su espiritualidad no puede ser disociada del estudio, que aprendió a los pies de Alberto Magno. Pero no nos hagamos una idea equivocada del Aquinate como un tipo intelectual y frío, que buscaba su salvación por sus propios medios, haciendo uso de su extraordinaria habilidad intelectual. Al contrario, todas sus obras remiten siempre a que la perfección está en la caridad, en el amor: la sabiduría presupone la caridad y no se reduce al silogismo. Y las narraciones que tenemos de sus contemporáneos nos muestran al Aquinate como un fraile humilde y cariñoso.

Tomás, así pues, no entró en los dominicos por casualidad. Es más, a lo largo de su vida escribió algunas obras contra los que atacaban a los frailes, quizá en los pocos escritos en los que Tomás se permite ser mordaz, pues en París había una campaña de acoso y derribo contra los mendicantes y el Aquinate debió de pensar que si los suyos le necesitaban, ahí debía estar él. Ha pasado a la historia del pensamiento por haber aplicado el pensamiento de Aristóteles a la teología, lo que no significa que cristianizase a Aristóteles y le obligase a decir lo que éste no podía decir. Lo que hizo fue llevar a cabo una revolución casi inimaginable hoy: usar a un filósofo que no volaba por las alturas platónicas para arrojar luz sobre las cuestiones teológicas (claro, poco después de morir sufrió condena eclesiástica, pero, de más está decirlo, los que le condenaron erraron, y de qué modo).

Todo su pensamiento es optimista, confiado en Dios, que es pura existencia, y en su obra, el hombre: todo lo humano es bueno, porque ha sido creado por Dios. Su moral no trata sobre el deber ni se basa en preceptos, sino en la búsqueda de la felicidad. Por eso no sorprende que Tomás ofrezca, en su Suma de Teología –una obra dedicada a los estudiantes y que se considera el culmen del pensamiento teológico occidental– consejos prácticos para los que tienen problemas cotidianos: ¿Te preocupa la existencia de Dios? Observa cómo se comporta la naturaleza. ¿Te asusta el placer? Es necesario como remedio de las penas. ¿Estás aburrido o deprimido? Tómate un baño, ve a dormir o llora un rato. ¿Estás triste? Ve a buscar a un amigo. ¡Qué interesante es eso en la vida dominicana!: “Perfectamente podría haber creado a los hombres de tal modo que tuviesen todo, pero preferí dar diversos dones a personas diferentes para que se necesitasen unos a otros”. Así es como Dios habla en los Diálogos de Santa Catalina de Siena, y este énfasis en la dependencia fraternal está presente desde el principio de la vida dominicana y, evidentemente, en el pensamiento tomasiano, uno de cuyos grandes temas es el bien común.