Noviciado: Un tiempo de plantar y empezar a crecer

Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Real Convento de Ntra. Sra. de Candelaria, Tenerife

 

“El noviciado es el tiempo de prueba, ordenado a que los novicios conozcan más profundamente la vocación divina y propiamente dominicana, experimenten el estilo de vida de la Orden, asimilen de mente y de corazón el espíritu dominicano y los frailes comprueben su propósito y su idoneidad”.

Así, a grandes rasgos, es como nos presenta el libro de las Constituciones el año del noviciado. Jesús hablaba a sus discípulos con parábolas, y aunque esto no sea una parábola, a la hora de hablar de un proceso como es el noviciado, lo podemos asemejar a la siembra, o la semilla que esparce un “jardinero”. Para ello, ese jardinero primero tiene que preparar la tierra donde quiere depositar la preciosa semilla. Sentar las bases, pulir, por así decirlo, la tierra, para que cuando la semilla entre en contacto con el terreno mullido, por sí misma integre los elementos en los que va a sustentar su vida. Un proceso que se desarrolla poco a poco, en el que esta semilla va entrando en contacto con el resto de los elementos que le irán dando vida y ayudando a enraizarse y cimentarse en Dios.

Para la semilla es importante tener un buen suelo, el que le aporte la temperatura ideal para que eclosione, salga de la coraza. La semilla está cerrada por miedo, pero cuando siente el calor del verdadero amor, se abre y muestra su belleza. Para nosotros es el sentirnos arropados por el calor de la fraternidad comunitaria a la que pertenecemos, esa fraternidad que aportan los hermanos es oxígeno para el alma.

Al igual que la semilla se deja regar por la alegría del hortelano, para nosotros el noviciado también debería ser un tiempo de alegría y de ilusión, ya que no se puede amar aquello que no se conoce; por tanto, al conocer la identidad de la Orden y su carisma, se amplían horizontes en los que se ofrecen nuevas imágenes y nuevas sensaciones, es el abono que esparce el espíritu y, ya sabemos, donde está el espíritu hay alegría.

Apoyándonos en Jesús, que es el sentido de nuestra realidad, nuestro cimiento, se tiene que ver la calidad del fruto que damos. Esos frutos tienen que ir encaminados hacia la compasión al hermano, con las exigencias de nuestra vida, vivida con coherencia. Por tanto, no valen todos los frutos, ni dar frutos a medias. Si eres trigo, tienes que dar buen trigo, para que se haga buen pan familiar. Y dejándonos hacer por ese proceso de maduración, la savia que se mueva por dentro debe ser el amor.

Al principio del noviciado, el maestro de novicios, Fr. Carmelo, nos animó con la siguiente sentencia de Demócrito: “los ideales son como las estrellas, nunca se alcanzan pero iluminan el camino”. Y yo la recibí como un regalo, pues la asimilé a toda aquella gente, a todos los “modelos” (hermanos y hermanas qué están ahí a tu lado), cuyo conocimiento te va dejando la fragancia de Cristo, es decir, que te alientan a imitar lar virtudes y a entregar tu vida por Cristo, porque con su experiencia te hacer ver que merece la pena abandonarse en el Señor. Son los ángeles que te va poniendo Dios en el camino para que se vea el azul del día, y poder soñar a luz de las estrellas. Ese cielo estrellado, que da luz al camino.

Tiempo de crecimiento, de salir a la tierra y de echar raíces con firmeza. En este crecimiento hay que mostrar lo mejor de nosotros mismos, puesto que este camino es también de compromiso. El jardinero se acerca con ansia a ver los progresos de la semilla, le dice: “crece porque te necesitamos”, y la canción también nos lo recuerda: “Cristo te necesita para amar,… ama a todos como hermanos y haz el bien”. Y ahí se ve el encuentro de la semilla con el sembrador, se fija en el árbol y le sonríe.

Pero yo creo que este proceso de formación no es para un año, sino que es de por vida, en el que, tras sentar las bases de lo que es el seguimiento de Cristo, el conocimiento personal, la forma de vivir el evangelio conforme al carisma y espíritu de Domingo, podamos decir como el salmista: “en la vejez (la semilla), seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso. Su corazón está firme en el Señor”. Para concluir, lo único que le quedaría a la semilla es plantearse con qué espíritu quiere enfrentarse al mundo.