Mi nombre es Guido José Torre Gannown, tengo treinta años y soy de san Pedro Sula (Honduras). Actualmente me encuentro viviendo mi año de noviciado en el convento de Santo Tomás de Aquino en Sevilla (España).
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Es un deber de la vida religiosa el estar abiertos a la recepción del Espíritu Santo, que no solo genera fuerzas para el abandono del mal (mediante la ascesis), sino que nos impulsa a practicar la virtud, «a hacer el bien en nombre del bien».
En los días de confinamiento hemos pasado a estar a kilómetros de nuestros seres queridos: ¿en verdad la distancia nos puede separar de las personas a las que amamos?
La fama, en su sentido básico, es expresión de la dignidad que todo hombre posee y nunca pierde; es también el edificio que la persona, como tal, va construyendo a lo largo del tiempo con su propio esfuerzo moral, profesional, etc.
Los cristianos tenemos el deber de amar y de amar hasta el extremo como nos enseñó Jesús. El deber sustrae el amor de la volubilidad y lo ancla a la eternidad.
Es oportuno rescatar el sentido genuino de la palabra patrocinio. El patrocinio de la Virgen María a la Orden no es una prebenda comercial: es una manifestación de la gracia; la única gracia que es Cristo, a quien predicamos.
«¿Qué camino he de seguir?, ¿dónde está la verdad?, ¿qué es y dónde está la vida?»
¿Qué he encontrado en la Orden de Predicadores para quedarme? Pongo en primer lugar la vida compartida: esos momentos en que unos desconocidos llegamos a ser hermanos.
Jesús resucitado se presenta como el buen pastor. Abre la puerta para que él more en ti. Busca a Dios en momentos buenos y felices para que esté contigo en los difíciles.