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Estas palabras de Cristo nos pueden servir de aliento: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre» (Jn 11,25-26)
El Evangelio de este domingo nos narra la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús. Paradójicamente, es una narración motivadora que podemos utilizar como paradigma en el transcurso de nuestra misión sobre la construcción del Reino de Dios.
La importancia del aspecto humano, la contemplación, el estudio y la versatilidad de la predicación dominicana son solo algunos de los elementos que, añadidos a mi interés original por la predicación, me motivan a continuar descubriendo el camino.
La vivencia de los ritos de manera online y la imposibilidad de recibir la comunión nos han permitido hacer mejor conciencia de que por el bautismo y la confirmación somos sagrarios y templos vivos del Espíritu.
Todos los santos son «héroes» y «genios», pero no todos los héroes y genios son «santos», por muy admirables que puedan resultarnos… Hace falta mucha valentía para tratar de pasar desapercibido a pesar de unas capacidades fuera de lo común.
El mismo pueblo que celebró efusivamente la entrada de Jesús en Jerusalén como un taumaturgo, un profeta quien creían que les libraría del poderío del Imperio romano, fue quien pidió su crucifixión ante Poncio Pilato unos pocos días después.
«¡Calma, que siempre que llueve, escampa!». Era la expresión de mi difunta abuela en tiempos de dificultad; cuando todo parecía oscuro, sin salida y sin esperanza. Confiemos en Dios, que es el único que puede darnos una esperanza cierta y creíble.
La Orden de Predicadores sigue caracterizándose por su sistema de gobierno, que quiere ser expresión de nuestra unidad en el seguimiento de Jesucristo, modelo y vector de nuestra fraternidad.

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