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Muchas cosas han cambiado dentro de mí: definitivamente no soy el mismo hombre que ingresó en la Orden. Todo esto se lo debo a Dios, a mi familia, que siempre me apoyó en mis decisiones, y a mi nueva familia dominicana.
La oración cristiana nos revela que la soledad es un estado subjetivo de la persona. El trato personal con Dios nos encamina hacia la esperanza, es decir, al motor que nos descubre el rostro y nos permite volver a sentir la brisa y nos motiva a seguir.
Me atrajo de la Orden su misión, su labor y trabajo en la sociedad, y hoy permanezco por su vida y espiritualidad, por los hermanos, que son testigos de la vida y pasión del Resucitado, al estilo de Domingo.

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