Muchas cosas han cambiado dentro de mí: definitivamente no soy el mismo hombre que ingresó en la Orden. Todo esto se lo debo a Dios, a mi familia, que siempre me apoyó en mis decisiones, y a mi nueva familia dominicana.
El Evangelio de hoy nos ofrece el milagro de la multiplicación de los panes y los peces: milagro real, que, según el papa Francisco, nos habla de la compasión, la generosidad y la eucaristía.
El descanso nos permite el encuentro con nosotros mismos: quizás esta es la clave espiritual de quienes aprovechan en profundidad su tiempo de descanso.
El Reino de los Cielos es el mayor tesoro en el mundo que puede dar sentido en mayúsculas a nuestra existencia.
La oración cristiana nos revela que la soledad es un estado subjetivo de la persona. El trato personal con Dios nos encamina hacia la esperanza, es decir, al motor que nos descubre el rostro y nos permite volver a sentir la brisa y nos motiva a seguir.
Nuestro ser cristiano se debe diferenciar: debemos ser ejemplo, ser críticos y defensores de un mundo más humano.
La realidad es que nuestra esperanza no es algo sino alguien, tiene un “Nombre que está sobre todo nombre” (Flp 2,9): Jesús de Nazaret.
La llamada a ser sembradores del Evangelio es una llamada a vivir nuestra fe con esperanza; a no desalentarnos por no recibir los resultados esperados.
Me atrajo de la Orden su misión, su labor y trabajo en la sociedad, y hoy permanezco por su vida y espiritualidad, por los hermanos, que son testigos de la vida y pasión del Resucitado, al estilo de Domingo.
La revelación es posible solo a quien renuncia a su proyecto egoísta y se suma al proyecto dado por Dios.
