Jueves Santo: lo pequeño cambia el mundo

Jueves Santo: lo pequeño cambia el mundo

Fr. Vicente Niño Orti
Fr. Vicente Niño Orti
Convento de Santo Tomás de Aquino (El Olivar), Madrid
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Jueves Santo

Que vivimos en el mundo del ruido y de lo espectacular es bastante evidente. Lo sencillo, lo normal, lo cotidiano no sale en los medios, no aparece en el telediario que una persona ama, que una madre cuida de sus hijos, que cualquiera trabaja honradamente, paga sus impuestos o dedica su tiempo a los demás. Decía Martín Descalzo que estamos en un mundo súper informado que informa de todo menos de lo fundamental, en un tiempo en el que no se cuenta si los hombres aman, esperan, trabajan y construyen, pero en el que se nos contará con todo detalle si cualquier famoso de turno se casa o descasa, se pinta el pelo de verde o dice o hace tal o cual barbaridad.

Quizás en éso está una de las claves de la amargura del hombre de hoy: sólo vemos el mal, sólo parece triunfar la estupidez. Sólo tenemos ojos para las cosas espectaculares. Los gestos pequeños de donación, de amor, de entrega nos parecen poca cosa... se le da carácter de espectacular a cosas que no deberían de serlo. Lo verdaderamente heróico y espectacular no es ni siquiera visto... y lo peor es que ver el mundo así nos configura en nuestra propia visión.

El primer paso es no ver lo cotidiano como un regalo, el siguiente es no ver nada. Y hay mucho de éso en nuestro mundo también. Vivimos anestesiados. Nos hacen creer que lo importante es lo que sale en los medios y nos hacen terminar viviendo en un mundo-burbuja, un mundo cerrado en el que no existe nada más allá de las fronteras de nuestra cotidianidad pobremente vivida. Sólo tenemos ojos para el brillo y las luces de colores de un falso entretenimiento. Nos protegemos con cosas, placeres, pantallas y comodidades tanto del amor como del dolor de nuestro mundo. Lo alejamos, lo marginamos, lo escondemos debajo de la alfombra. No vemos. Estamos ciegos de tantas luces como hay. Seguimos en nuestra vida egoísta y propia, en nuestros afanes, nuestras necesidades, encerrados en nuestros caprichos, centrados sólo en nuestros problemas, perdiendo de vista que hay otros mayores -amores y dolores- y que afectan a mucha más gente… nos perdemos una vida realmente vivida de tan anestesiados que vivimos.

Hoy se nos narra en el evangelio del día el Lavatorio de los pies de Jesús a sus discípulos en la noche de la Última Cena. Es el día en que conmemoramos la Eucaristía. Es el día de la oración angustiosa y humana del Huerto de los Olivos, en el que Jesús vive el miedo profundo de afontar su entrega máxima. Hoy es Jueves Santo, el día que nos habla sobre todo de entrega. De Amor. De cómo lo pequeño, lo cotidiano es lo que cambia el mundo.

Y el mensaje es claro. Por más que año a año lo escuchemos sigue conmoviendo la inmensa grandeza y espectacularidad, la verdadera espectacularidad, de gestos pequeños que para el mundo de su tiempo fueron practicamente inexistentes, y que sin embargo transfomaron el mundo y pueden seguir transformándolo. El mensaje es claro. El mundo cambiará, el mundo cambia, cuando el amor y el servicio sean el motor de nuestra vida.

Jesús es claro hoy. No es el poder el que cambia el mundo. El poder ata demasiado y, por más que se desee otra cosa, al final no conlleva verdadero servicio. No. El mundo no cambiaría así, el mundo se transformaría cuando la gente fuese consciente de que Dios está en su corazón, de que Dios nos quiere sin condiciones, y que ésa es la manera como nosotros tenemos que tratar a los demás, amando sin condiciones…sirviendo al último y al oprimido… cuando la gente fuese consciente de éso, el mundo cambiaría, y ser consciente de éso es tan sencillo como caer en la cuenta del dolor del otro y tratar de arreglarlo… tan sencillo como seguir el impulso de amor de nuestro corazón.

Lo muestra, lo enseña Jesús con sus gestos proféticos de aquella noche. En la sencillez del pan y del vino, en algo tan habitual, tan pequeño, tan común como éso está el mayor signo de entrega y de amor, el mismo Jesucristo. En actuar como el último de los servidores, el que limpia los pies de otro, está el símbolo de su entrega y de su amor por toda la humanidad.

Asi cambiará el mundo. La enseñanza es tan pequeña como esos gestos. Como una semilla sembrada en el corazón del hombre. Vivir de otra manera. Para cambiar el mundo sólo hay que vivir de otra forma, vivir de verdad, vivir desde los otros, desde Dios, siendo consciente de uno mismo, de los demás, de Dios en la vida de cada uno, siendo conscientes de la situación del mundo, vivir sin anestesia, vivir olvidándose de las propias comodidades y necesidades… una vida de amor.

A veces será dura. Llevará al miedo, a la duda, al sudor de sangre. Pero será siempre provechosa. El amor siempre lo es. La vida se llena de vida cuando se vive así. Pese al miedo. Pese al dolor. Siempre que se ama hay dolor y miedo, y éso es el sacrificio. Pero el dolor sin amor es el infierno. Una vida sin amor es el infierno. Podrá estar llena de muchas cosas, pero carecerá de lo único importante.

Una vida así, un mundo así ya llegó. Esa es otra idea importante de hoy. 

El Jueves Santo fué aquél día del año 30. Desde entonces ya ha cambiado el mundo. Así lo proclamaba Jesús por los caminos palestinos, "el Reino ya está aquí". Ya no existe más dolor, más ceguera, ya no más pobreza ni opresión. Ya ha cambiado todo. Aunque no lo veamos, el cambio ya se ha producido. Y es para todos. Sólo hay que darse cuenta, solamente hay que tomar conciencia de ello. Y es cierto, el cambio es interno, el externo es la consecuencia de ese cambio interno. Y es que Jesús nos dice que todo puede cambiar por fuera, si cambia lo de dentro. Y puede cambiar hoy mismo. No hay que esperar a nada, no hay que esperar que otros hagan las cosas por mí. Hoy mismo pueden terminar las terribles conductas que nos destrozan el planeta, hoy mismo se puede acabar con la injusticia que hace sufrir a millones de seres humanos de nuestro mundo. Hoy mismo puede cambiar mi vida, llenarse si está vacía. Iluminarse si está a oscuras. Sólo exige que realmente queramos cambiar.

Y ahí es donde viene el problema. Cuando el cambio y el fin del dolor implica que mi vida también cambie. Hemos de dejar ganarnos por la compasión con el que sufre, con el hermano que es igual a nosotros. Y hemos de comprometernos realmente en el cambio del mundo, empezando por creernos, por tomar conciencia de que hoy ya es posible vivir así porque ya Jesús, el Cristo, pasó por el mundo. Ya se entregó y resucitó. Hoy es otro mundo posible si nos empeñamos y si hacemos porque cambie... tras ese cambio interno, lo demás vendrá fácil y de seguido... los cautivos recobraran la libertad, los ciegos la vista, los oprimidos la liberación, los pobres la felicidad, los tristes la alegría, los cansados la vitalidad... habrá llegado por fin y del todo el año de Gracia del Señor, el Reino de Dios que se inauguró aquella Pascua Santa, el mundo y la vida de Amor que Dios quiso regalar al mundo, que Dios mismo nos comunicó por su hijo Jesucristo.