De nuevo el albergue

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
Convento Virgen de Atocha, Madrid

He puesto en el título “de nuevo”, porque no es la primera vez que estoy en el albergue “san Martín de Porres” en Madrid. Esta vez ha coincidido con el tiempo de Cuaresma y una de las tarde hicimos un vía crucis, donde recordé aquéllos que hacía de niño con mi abuela.

Haciendo un poco de memoria y recordando los “Vía Crucis” en la parroquia donde decíamos: “1ª estación, Jesús condenado a muerte”… ¿Sabéis cuántos condenados hay en nuestros días? ¿Condenados a vivir, dormir, estar en la calle, día tras día? Yo tampoco sé el número pero conviví esos días en Madrid con alguno de ellos. Cuánta gente carga con su cruz, igual que Jesús en la segunda estación. Una cruz que pesa; pesa porque hace frio, pesa porque su organismo no tiene las defensas necesarias, pesa porque se sienten “despreciados, marginados, hombres dolientes y enfermizos” (Is 53,3) y ese peso, les hace caer como a Jesús en la tercera, séptima y novena estación. Caen gracias a los pocos o muchos euros que consiguen sabe Dios cómo. Desde alcohol pasando por las drogas para fumar hasta las llamadas de diseño, caen una y otra vez en esa “Vía Dolorosa” particular de su vida.

Tiene el vía crucis dos momentos tierno-maternales: la cuarta estación: “Jesús se encuentra con su madre”; y la décimo tercera: “Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su madre”. Qué impotencia se siente cuando ves llorar a alguien, tras intentar levantarse de las caídas, por el tiempo transcurrido sin ver a sus hijos y por la incertidumbre de no saber cuándo ocurrirá, si es que va a ocurrir. El mismo efecto produce ver a personas bastante más jóvenes que yo, viviendo en las condiciones que he mencionado antes y lloran sin tener consuelo, porque no se encuentran con su madre; bien por estar ya en la vida de los bienaventurados o porque las caídas de su hijo le han hecho tomar la decisión de no verse.

Hay una estación del vía crucis que para mí es muy significativa: la quinta; “El cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz”. Durante mi estancia en el albergue, he vuelto a estar con estos cirineos: los frailes de la comunidad del albergue “san Martín de Porres”. Llevan cuarenta años ayudando a soportar el peso de la cruz de los sin techo que llegan hasta el albergue. Llevan cuarenta años amando a esas personas como a ellos mismos, porque entienden que esa es su predicación; su corazón siente que amar a esos “cristos” con su leño a cuestas, es su predicación. Unos cirineos con la voluntad y disponibilidad de un Martín de Porres unida a la sabiduría acumulada por vivir y sentir tantos años el carisma de Nuestro Padre santo Domingo.

Nuestra vida se forma a base de experiencias y os aseguro que ésta marca mucho; comer con un pobre, lo que come un pobre y limpiarle el plato es una experiencia de Dios muy grande que invito a que realicéis alguna vez. Alguno puede estar pensando, con todo el derecho del mundo de pensar así: “si se encuentran es esa situación por algo será, se lo habrán buscado”. Sinceramente no me importa para nada el por qué están así porque “os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40)

El teólogo Karl Rahner dice que la cuaresma comienza para nosotros mucho antes del miércoles de ceniza y dura más de cuarenta días. Toda nuestra vida es esforzarnos para que esas experiencias que la forman, tornen hacia ese “paso”, hacia esa Pascua donde tendremos esa última y definitiva experiencia de ese Dios padre/madre que nos ama con un amor sin precio ni condiciones.

Seguro que participaremos estos días en algún vía crucis; también disfrutaremos del arte de sus imágenes, con sus flores, incienso y plata. Seguro que disfrutaremos de las manifestaciones populares en la calle, con esas preciosas imágenes de Cristo crucificado…mientras, la comunidad del albergue, seguirá yendo a buscar la comida que sobra en los hoteles para dar de comer a esos “cristos” que procesionan por nuestras calles, plazas, parques y no vemos o no queremos ver, porque no llevan ni flores, ni plata, ni incienso.