Si volviera a nacer, volvería a ser Dominico...

Fr. Francisco José Collantes Iglesias
Fr. Francisco José Collantes Iglesias
Convento Santa Cruz la Real, Granada

Soy gaditano, y desde muy pequeño sentí bastante inclinación hacia la vida sacerdotal. En el colegio donde estudié siempre me atrajo la figura del sacerdote. Recuerdo a los jesuitas que eran sus capellanes. Era el colegio del barrio. Se llama Colegio Padre Villoslada, de las Escuelas de la SAFA. Todavía saludo a mi maestro por el barrio cuando voy a visitar a mi familia, que vive a un paso del colegio.


Al comenzar en el instituto, con once años, entre los profesores de religión, conocí a dos dominicos, uno mayor y otro joven. El joven tenía organizados, en el convento de Sto. Domingo, una comunidad juvenil y un coro que cantaba los domingos en la misa de una. Sentí curiosidad primero y después atracción hacia el grupo de gente joven y hacia la vida de los frailes y en concreto hacia la de aquel fraile joven, que siempre andaba rodeado de jóvenes.


Pasé unos tres años en aquella comunidad de jóvenes. Me gustaban las actividades de grupo, las reuniones, las celebraciones de la fe. Entre las columnas y salones del claustro de Santo Domingo, conocí a mis mejores amigos. Con nadie hablaba de lo que sentía, pero se me debía notar algo, ya que el mismo día en que terminado el COU y hecha la selectividad, con mis notas en la mano, fui a hablar con el fraile al que llamábamos cariñosamente “el Cura”, para comunicarle mi deseo de ser dominico, no se sorprendió nada de mi decisión y me facilitó el camino.


Después de tantos años, evidentemente, ya no soy el chico de 17 años que llamaba a la puerta de la Orden. Ha llovido bastante desde entonces. Han pasado muchas cosas en mi vida; unas estupendas, otras dolorosas. He de reconocer que la Orden me lo ha dado todo, una formación, los hermanos, la posibilidad de conocer y relacionarme con muchas personas…


La vocación debe cambiar al tiempo que maduramos como personas. Quizás he aprendido a valorar las cosas sencillas de cada día. Hay alguien que decía que cuando eres joven quieres cambiar el mundo y cuando eres mayor te gustaría ser capaz de cambiarte a ti mismo. La vocación es una carrera de fondo. Hace falta tiempo y paciencia, tanta como Dios tiene con cada uno de nosotros. Lo realmente importante es ser de verdad creyente, discípulo de Jesús.


En la vida siempre hay cosas que podemos hacer mejor, pero de lo que si estoy seguro es que, si volviera a nacer, volvería a ser Dominico. No puedo concebir ni mi vida ni mi fe de otra manera.
Me considero un afortunado en cuanto al trabajo se refiere. Desde antes de ordenarme ya empecé a trabajar. Comencé a dar clases en Sevilla, en el Instituto San Isidoro. Ese año me ordené de Diácono. Después, en Madrid, estudié durante dos años Catequética y trabajé en la Parroquia Sta. Catalina de Siena. En Triana, como vicario y después como párroco de San Jacinto, pasé 15 años. Fueron años muy intensos en los que me hice como persona y como dominico.


Un curso en Irlanda con la Comunidad Juana de Aza me ayudó a reflexionar sobre mi vida y mi futuro. Fue una experiencia interesante. Salir fuera de España un tiempo creo que es muy recomendable.


Actualmente, en Granada, soy director del Colegio Mayor Sta. Cruz La Real. En todos los trabajos me he sentido feliz. He aprendido y sigo aprendiendo mucho cada día en la relación con las personas. No hay nada tan gratificante como escuchar y acompañar el proceso de crecimiento como personas y como creyentes de los que tienes cerca. Hay quien dice que el contacto directo con los jóvenes ayuda a sentirse joven. Yo me siento bien.


Mi trabajo desde hace ya 10 años es muy especial. Vivo con aquellos a los que tengo que acompañar: más de cien universitarios cada curso. Tengo la misión en casa, día y noche. Es un trabajo intenso, pero muy interesante. No hay horas, ni casi derecho a cierta intimidad. Es el codo a codo cada día con los universitarios. La predicación no puede reducirse a meros discursos más o menos teóricos, es la vida de cada día. Los que participan en las celebraciones de la fe te ven actuar todos los días y son muy críticos. Eso es bueno. Los jóvenes viven en nuestra casa y la consideran como suya. La Comunidad no les es extraña y la vida de los frailes tampoco.


Del trabajo de todos estos lugares y años me quedo con el nombre y la cara de las personas con las que he compartido y comparto la vida y la fe. Es una riqueza increíble. Ellos me han enseñado y me enseñan a vivir, intentando ser creyente.


Lo que le diría a quien me plantee su vocación es que se entregue sin condiciones a servir a los demás. Que no mire atrás. Que tenga fe y coraje para caminar. Que sea muy generoso. Que sea capaz de escuchar. (Creo que hay que saber escuchar mucho para poder hablar un poco.) Que no busque su propio interés, sino el de los demás. Que valore la vida de comunidad, que es lo mejor que tenemos y lo más difícil. Que no se desanime ante los problemas que va a encontrar. Que solamente se vive una vez y merece la pena entregar la vida a la causa de Jesús y del Evangelio. Que sea realmente feliz y que intente hacer felices a los demás.