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Las librerías llenan sus estanterías con libros que nos prometen encontrar la clave de la felicidad y del éxito. Pentecostés desecha esas opciones y nos propone un nuevo camino. Nada de salidas fáciles o espiritualidades vividas con la puerta cerrada.
«Dedíquense a la oración: perseveren en ella con agradecimiento» (Col 4,2). Como ves, la cercanía a Dios está en tus manos. Y, bueno, aprovechando la ocasión, gracias de nuevo a ti, por tenernos a los demás en tus oraciones.
Esta convivencia me anima a seguir dando pasos más firmes por este camino, con la compañía de aquel que me llamó —lo sigue haciendo— y al cual respondo libremente. Espero de esta manera afianzar mi opción por la vida consagrada.
"Al reconocernos hijos de un mismo Padre, se posibilita ver a los demás como hermanos, yendo por encima de relaciones de indiferencia o utilitarismo, y por encima de las dinámicas de venganza y odio".
Ante cualquier situación de vida, Jesús nos enseña a mirar con ojos de amor. Pero no cualquier amor, sino el amor del Evangelio, aquel que es capaz de morir crucificado y sobreponerse a la derrota del sepulcro.
Jesús no hablaba de sí mismo, no hacía discursos de autodefensa. El centro de su vida y su misión eran su especial relación con el Padre y el anuncio del Reino de Dios. Jesús conoce nuestras vidas incluso mejor que nosotros mismos, y nos acepta y ama.

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