Médico y Fraile Dominico

Fr. Jesús María Gallego Díez
Fr. Jesús María Gallego Díez
Convento Virgen de Atocha, Madrid

-¿Como fue tu vocación?

Empecé a pensar en la vida religiosa a los 20 años. Estudiaba medicina, en Valladolid. Siempre he tenido vocación de médico. En aquel tiempo la vida universitaria no era tan exigente como ahora, era más alegre, despreocupada, se aprobaba con un pequeño esfuerzo al finalizar el curso, después no había problema de desempleo. Diríamos que vivía feliz. Mis planteamientos vocacionales empezaron a surgir al ponerme en contacto con los enfermos en el Hospital Provincial, allí solo iban los pobres, que precisamente habían contraído su enfermedad por pertenecer a las clases más abandonadas de la sociedad, indigentes, prostitutas, enfermos desahuciados. Se les atendía en lo que se podía, pero nada más. Empecé a pensar que curar los cuerpos estaba bien pero existía también el alma, había algo más que hacer por aquella pobre gente tan abandonada.


-¿En qué ha cambiado a lo largo del tiempo?

La vocación había empezado por un deseo de entrega a los demás, de hacer algo útil en la vida, de no quedarme en unos planteamientos burgueses y cómodos. Después, en el Noviciado, vino el gran cambio que da sentido a mi vida, el conocimiento de Jesús de Nazaret. Creo que esta es la clave de todo, las cosas grandes en la vida se hacen siempre por amor, cualquier vocación siempre es una pasión y en este caso la pasión era Jesucristo. Después vino el encuentro con la Orden, su estilo de vida comunitario, su carácter democrático y dialogante, el encontrarme con una gran familia, me pareció que todo esto podía llenar mi vida.


-¿Como vives la llamad de Dios en tu trabajo y ministerio actual?

He tenido la suerte de ejercer la medicina dentro de la Orden, encajando esta primera vocación en lo que es el ideal dominicano, que siempre es liberar al hombre y la mujer a través de la palabra, pero había antes que ayudarlos a encontrar su identidad, su verdad, y poner paz en sus vidas para el encuentro con Dios. He trabajado cuarenta años como médico y psicólogo clínico con personas que en momentos difíciles necesitaban una ayuda. De ellas he aprendido mucho, me he sentido interpelado por su sufrimiento, he aprendido a través de sus logros o sus fracasos a superarme y, sobre todo, a depurar mi fe y mi vocación para poderles trasmitir esperanza.

-¿Que dirías a alguien que se plantea la vocación?

Una cosa muy sencilla, que merece la pena darse a los demás. Pienso también que el ambiente que viven los jóvenes es poco propicio para realizar una vocación tan alejada de los intereses materialistas que mueven nuestra sociedad y que además compromete toda una vida. Esto de entrada asusta, y les puede llevar a pensar que no es para ellos, que no podrán superar tantas rupturas con su ambiente social. Es cierto, que hay que reflexionar sobre las cualidades humanas que podamos tener para realizar la vocación religiosa, pero el secreto, lo principal, es el abandono en manos de Dios, porque es su ayuda, lo que llamamos su gracia, y no nuestras posibilidades, la que nos llevará día tras día a ser fieles a esa llamada inicial.


-¿Qué pregunta te harías a ti mismo?

A esta altura de mi vida es lógico que haga una cierta crítica de cómo he vivido mi vida, mi opción de entrar en la Orden, mi sacerdocio y trabajo pastoral. No quiero correr el riesgo de dejarme llevar por la ilusión pensando que todo fue bueno, ni tampoco quiero caer en el pesimismo, intento estar en la Verdad, que es una característica de nuestra Orden, creo que en cada momento de mi vida he intentado vivir de la fe, es decir fiarme de Dios, que eso es la fe. Por eso concluyo recordando aquel consejo de Jesús a sus discípulos, al final de la jornada debemos decir: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos de hacer.
 

Muchas Gracias