

Jesús no se muestra a aquellos a los que “debía” mostrarse. Se muestra a aquellos que tienen necesidad de Él: a los ciegos, encarcelados, oprimidos, etc. Ésa es la situación propicia para que “acción” y “palabra” puedan proclamar la Fe en Jesús.
Solo sabemos que los Magos se pusieron en camino para acudir al lugar señalado; es decir, para que se produzca el encuentro, hay que salir de nuestros estrechos límites, de nuestras seguridades, de nuestras instalaciones, tanto materiales como espirituales.
A los primeros cristianos lo que les importaba era que Dios se había encarnado, hecho hombre para ellos y para el mundo: se había hecho realidad.
Así va finalizando el Adviento, y a través de este tiempo litúrgico la Iglesia nos ha dicho sólo una cosa: ¡viene el Salvador!
La Navidad enseña a buscar a Dios no en manifestaciones de poder y coerción, sino en un niño necesitado y lloroso cuyo nacimiento es anunciado con la mayor alegría a unos pastores pobres.
Y no basta una sonrisa improvisada o diplomática, ni tampoco una confesión superficial, para decir que estamos alegres… ¿Estamos alegres? ¿Podemos sentirlo de veras, sin parecer hipócritas?
En este segundo domingo de Adviento, recordamos la noticia de que Dios viene hasta nosotros para caminar por este trayecto terreno y para acogernos al final de nuestra vida en sus manos amorosas.
Si, como dominicos, en la palabra tenemos nuestra esperanza y nuestro oficio, en nuestra vocación habrá siempre algo poético.
¡Alcemos la cabeza!, ¡empapémonos de esperanza!, y ¡contagiémosla a los demás!
El pasado y el presente de la casa natalicia de San Vicente Ferrer está marcado por el testinomio de los frailes al servicio de la Palabra.