La oración debe llevarnos también a conectar de una manera diferente con la realidad. Esta perspectiva distinta nos debe llevar a verla desde la mirada de Dios que es la del amor y la justicia.
A pesar de un mundo complejo como el de hoy, con muchas ofertas y posibilidades, Dios sigue llamando, que no es para sorprenderse. Lo llamativo es que sí: contrario a lo que se podría pensar, hay jóvenes que responden a ese llamado, y con mucha convicción.
Somos conscientes de que la plenitud del Reino nos será dada por Cristo mismo. Tal plenitud es una realidad futura, puesto que, para Jesús, la realización completa del Reino de Dios se tendrá solamente al final de los tiempos.
Sin amor la vida termina en el abismo. El amor da sentido a la vida y es el sentido de la vida. Toda nuestra vida vale en proporción al amor que encontramos o damos en ella. «Ama y haz lo que quieras», diría san Agustín.
Los cristianos desde los albores de la Iglesia, han interpretado la relación entre Dios y el ser humano a partir de unas mediaciones, y en particular, a partir de Jesucristo.
No hay vida sin relación, al menos vida con sentido. Entre los muchos placeres que buscamos, deseamos tener unas relaciones interpersonales sanas, que nos permitan el encuentro y la libertad, la apertura y la confianza, nuestro crecimiento humano y espiritual.
La corrección fraterna debe ser incluida en nuestro modo de vivir, reconocer que la otra persona es importante de por sí, independientemente de sus actos.
Vivir en clave de Jesús es un riesgo fecundo, que implica abrazar la crudeza de la realidad propia, luchar la batalla de la autenticidad y liberar el amor de las inconsistencias y las banalidades.
La obediencia para los dominicos es el camino donde se construye la fraternidad, la búsqueda del bien común y la entrega a la misión.