

Me quedé muy sorprendido por la disponibilidad y cercanía de los dos frailes.
No podemos decir que amamos a Jesús, a Dios, ni podemos confesar nuestra fe en Él, sin guardar su mensaje y fiarse totalmente de Él. Jesús sigue presente en sus palabras y en ellas late su presencia.
Carmen Calama, laica dominica de Madrid, nos regala sus testimonio. Compagina su trabajo durante el año con, verano tras verano, una experiencia misionera. Pero ambas realidades están unidas y se complementan para dar un testimonio de vida cristiana.
Al discípulo de Jesús se le reconoce por el ingrediente con lo que lo hace todo, por el amor. Cualquier persona, venga de donde venga, sea lo que sea, ame como ame, piense como piense, o sienta como sienta, si lo hace con amor: ése es discípulo de Jesús.
Agradezco el esfuerzo que hacen los misioneros en evangelizar, en dar a conocer quién es Jesús
el Resucitado quiere mantener con su Iglesia una relación especial, de cuidado y protección, marcada por caminos, horizontes y búsquedas…
Mi experiencia ha sido hacer de cada comunidad mi familia, mi hogar, mi casa, porque en casa siempre nos sentimos cómodos. Ahora que ya visto el hábito de los predicadores, siento que me parezco más a los que han llegado antes.
Hoy día, para ocupar cualquier puesto en la sociedad, para ser médico, conductor de autobuses, abogado, bedel de la universidad te hacen un examen. A todo el que se encuentra con Jesús, él también nos hace un examen, con una única pregunta: “Pedro ¿me amas?”.
Las heridas de Jesús están sanadas por el amor del Padre que lo resucitó.
Jesús se muestra lleno de vida, obligándoles a salir de su desconcierto e incredulidad.